La Dormición de la Theotokos
Por el Protopresbítero Thomas Hopko
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La fiesta de la Dormición de la Theotokos es celebrada el día 15 de agosto, precedida por un ayuno de dos semanas. Esta fiesta, llamada a veces “Asunción” celebra la muerte de la Madre de Dios, seguida de su resurrección y glorificación en Cristo. Proclama que María ha sido llevada, “recibida” por Dios en su Reino en la plenitud de su existencia espiritual y corporal.
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Tal como ocurre en el caso de la Natividad de María y la fiesta de su entrada al templo, no existen fuentes históricas o bíblicas para esta fiesta. La Tradición de la Iglesia nos enseña que María falleció tal como los demás, no voluntariamente como en el caso de Su Hijo, sino por la necesidad de su naturaleza humana mortal invisiblemente unida a la corrupción de este mundo.
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La Iglesia Ortodoxa enseña que María carece de todo pecado personal. No obstante, en el texto del Evangelio de la fiesta, en los oficios litúrgicos y en el icono de la Dormición, la Iglesia proclama del mismo modo que María verdaderamente necesitaba ser salvada por Cristo tal como todos los demás seres humanos son salvados de las tribulaciones, sufrimientos y muerte de este mundo; y que, en verdad habiendo fallecido, fue resucitada por su Hijo como la Madre de la Vida, y ya participa en la vida eterna del paraíso que es prometida a todos los que “oyen la palabra de Dios y la guardan.” (Lucas 11,27-28)
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Tono I - En tu alumbramiento conservaste tu virginidad y en tu dormición no olvidaste al mundo, oh Madre de Dios. Puesto que te has trasladado a la Vida, oh Madre de la Vida; por tu intercesión libra de la muerte a nuestras almas.
Ni la tumba, ni la muerte, pudo contener la Theotokos, quien es constante en oración y nuestra firme esperanza en la intercesión. Siendo la Madre de la Vida, fue trasladada a la Vida, por Aquel que habitó en su vientre siempre virginal. (Kontakion)
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Los servicios de la fiesta repiten el tema principal, que la Madre de la Vida ha pasado “al gozo celestial, al regocijo divino, y a la alegría eterna” del Reino de Su Hijo. (verso de las Vísperas). Las lecturas del Antiguo Testamento, así como las lecturas del Evangelio para la Vigilia y para la Divina Liturgia, son exactamente las mismas que se leen para las fiestas de la Natividad de la Virgen y la de su Presentación en el Templo. Así, en Matutinos nuevamente escuchamos a María decir, “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” (Lucas 1,47) Durante la Divina Liturgia, escuchamos la carta a los Filipenses en que San Pablo habla de cómo Cristo se anonadó a sí mismo y aceptó tomar forma de siervo humano y aceptar la muerte, hasta muerte en la cruz, para ser “exaltado a lo sumo” por Dios su Padre. (Filipenses 2,5-11) Una vez más en el Evangelio, se nos proclama que la bienaventuranza de María pertenece a todos los que “oyen la palabra de Dios, y la guardan.” (Lucas 11, 27-28)
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Así, la fiesta de la Dormición de la Theotokos celebra la exaltación ofrecida a todo ser humano por la gracia divina, a condición de que viva realmente una vida de humildad y alabanza, de obediencia y amor dedicados al Señor, y que esta exaltación al sumo grado ya ha sido realizada en la Virgen María Theotokos. La fiesta de la Dormición es el signo, la garantía, y la celebración de que la suerte que tuvo María, espera también a todos aquellos cuyas almas magnifican al Señor, cuyos espíritus se regocijan en Dios el Salvador, y cuyas vidas son totalmente dedicadas a escuchar y a guardar la Palabra de Dios.
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En conclusión, se debe insistir nuevamente, que en todas las fiestas de la Theotokos en la Iglesia, los cristianos ortodoxos celebran hechos concretos de su propia vida en Cristo, y en el Espíritu. Lo que sucede a María, sucede también a todo aquel que imita su santa vida de humildad, obediencia y amor. Junto a ella, todos los seres humanos serán “bendecidos” para ser “más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines,” si siguen su ejemplo. Todos darán a luz a Cristo mediante el Espíritu Santo. Todos llegarán a ser templos del Dios viviente. Cada ser humano que viva la vida que María vivió, participará de la vida eterna de Su Reino.
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En este sentido, todo lo que se alaba y se glorifica en María, es signo de lo que se ofrece a toda persona en la vida de la Iglesia. Por eso María, con el divino niño Jesús dentro de ella, es llamada en la Tradición Ortodoxa, la Imagen de la Iglesia. Pues la asamblea de los salvados es aquellos en quienes Cristo habita.
«La Dormición de la Madre de Dios»
Teólogo Vladimir Lossky
Traducción del francés del Dr. Martín E. Peñalva
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La fiesta de la Dormición de la Madre de Dios, conocida en Occidente bajo el nombre de la Asunción, comprende dos momentos distintos mas inseparables para la fe de la Iglesia: la muerte y sepultura de la Madre de Dios; y su resurrección y ascensión. El Oriente ortodoxo ha sabido respetar el carácter misterioso de este acontecimiento que, contrariamente a la resurrección de Cristo, no ha sido objeto de la predicación apostólica. En efecto, se trata de un misterio que no está destinado a los oídos de “los del exterior”, sino que se revela a la conciencia interior de la Iglesia. Para aquellos que están afirmados en la fe en la resurrección y la ascensión del Señor, es evidente que, si el Hijo de Dios había asumido su naturaleza humana en el seno de la Virgen, aquella que ha servido en la Encarnación debía a su vez ser asumida en la gloria de su Hijo resucitado y ascendido al cielo. Resucita, Señor, en tu reposo, tú y el Arca de tu santidad (Sal. 131, 8, que se repite en muchas ocasiones en el oficio de la Dormición). “El sepulcro y la muerte” no han podido retener a “la Madre de la vida” pues su Hijo la ha trasladado a la vida del siglo futuro (kondakio).
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La glorificación de la Madre es una consecuencia directa de la humillación voluntaria del Hijo: el Hijo de Dios se encarna de la Virgen María y se hace “Hijo del hombre”, capaz de morir, mientras que María, volviéndose Madre de Dios, recibe la “gloria que conviene a Dios” (Vísperas, tono 1) y participa, la primera entre los seres humanos, de la deificación final de la criatura. “Dios se hizo hombre, para que el hombre sea deificado” (San Ireneo, San Atanasio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa [PG 7, 1120; 25, 192; 37, 465; 45, 65] y otros Padres de la Iglesia). El alcance de la encarnación del Verbo aparece así en el fin de la vida terrestre de María. “La Sabiduría es justificada por sus hijos”: la gloria del siglo venidero, el fin último del hombre, está ya realizado, no solamente en una hypostasis divina encarnada, sino también en una persona humana deificada. Este pasaje de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, de la condición terrenal a la beatitud celestial, establece a la Madre de Dios más allá de la resurrección general y del juicio final, más allá de la parusía que podrá fin a la historia del mundo. La fiesta del 15 de Agosto es una segunda Pascua misteriosa, puesto que la Iglesia celebra en ella, antes del fin de los tiempos, las primicias secretas de su consumación esjatológica. Esto explica la sobriedad de los textos litúrgicos que dejan entrever, en el oficio de la Dormición, la gloria inefable de la Asunción de la Madre de Dios (el oficio de la “sepultura de la Madre de Dios”, el 17 de agosto, de origen muy tardío, es al contrario demasiado explícito: está calcado en los maitines del Sábado santo (“Sepultura de Cristo”).
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La fiesta de la Dormición es probablemente de origen jerosolimitano. Sin embargo, al fin del siglo cuarto, Eteria no la conoce aún. Se puede suponer no obstante que esta solemnidad no ha tardado en aparecer, puesto que, al siglo sexto, ya está extendida en todas partes: San Gregorio de Tours es el primer testigo de la fiesta de la Asunción en Occidente (De gloria martyrum, Miracula I, 4 y 9 – PL 71, 708 y 713), donde era celebrada primitivamente en Enero (el misal de Bobbio y el sacramentario galicano indican la fecha del 18 de Enero). Bajo el emperador Mauricio (582-602) la fecha de la fiesta es definitivamente fijada el 15 de Agosto (Nicéforo Calixto, Hist. Eccles., 1, XVII, c. 28 - PG, 147, 292).
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Entre los primeros monumentos iconográficos de la Asunción, hay que señalar el sarcófago de Santa Engracia en Zaragoza (comienzos del siglo cuarto) con una escena que es probablemente la de la Asunción (Dom Cabrol, Dict. d’archéol. chrét., I, 2990-94) y un relieve del siglo sexto, en la basílica de Bolnis-Kapanakei, en Georgia, que representa la Ascensión de la Madre de Dios, hecho simétrico al relieve con la Ascensión de Cristo (S. Amiranaschwili, Historia del arte georgiano (en ruso, Moscú, 1950), p. 128 ). El relato apócrifo que circulaba bajo el nombre de San Melitón (siglo segundo), no es anterior al comienzo del siglo quinto (PG, 5, 1231-1240). Abunda en detalles legendarios sobre la muerte, resurrección y ascensión de la Madre de Dios, noticias dudosas que la Iglesia cuidará de desechar. Así, San Modesto de Jerusalén (+ 634), en su “Elogio de la Dormición” (Encomium, PG 86, 3277-3312), es muy sobrio en los detalles que da: señala la presencia de los Apóstoles “llevados desde lejos, por una inspiración de lo alto”, la aparición de Cristo, venido para recibir el alma de su Madre, por último, el retorno a la vida de la Madre de Dios, “a fin de participar corporalmente de la incorrupción eterna de aquel que la ha hecho salir de la tumba y que la ha atraído a él, de la manera que solo él conoce” (Patrologia Orientalis, XIX, 375-438). La homilía de San Juan de Tesalónica (+ hacia 630) así como otras homilías más recientes –de San Andrés de Creta, San Germán de Constantinopla, San Juan Damasceno (PG 97, 1045-1109 ; 98, 340-372 ; 96, 700-761)- son más ricas en detalles que se introducirán lo mismo en la liturgia como en la iconografía de la Dormición de la Madre de Dios.
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El tipo clásico de la Dormición en la iconografía ortodoxa se limita, habitualmente, a representar a la Madre de Dios acostada sobre su lecho de muerte, en medio de los Apóstoles, y Cristo en gloria recibiendo en sus brazos el alma de su Madre. Sin embargo, a veces, se ha querido señalar igualemente el momento de la asunción corporal: se ve entonces allí, en lo alto del icono, por encima de la escena de la Dormición, a la Madre de Dios sentada sobre un trono en la mandorla, que los ángeles llevan hacia los cielos.
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En nuestro icono, Cristo glorioso rodeado de una mandorla mira el cuerpo de su Madre tendido sobre un lecho adornado. Tiene en su brazo izquierdo una figurilla infantil revestida de blanco y coronada con nimbo: es “el alma enteramente luminosa” (vísperas, stijira de tono 5º) que viene de recoger. Los doce Apóstoles “manteniéndose alrededor del lecho, asisten con pavor” (vísperas, stijira de tono 6º) al tránsito de la Madre de Dios. Se reconoce fácilmente, en primer plano, a San Pedro y San Pablo, a los lados del lecho. En algunos iconos, se representa en lo alto, en el cielo, el momento del arribo milagroso de los Apóstoles, reunidos “desde los confines de la tierra, sobre las nubes” (kondakio, tono 2º). La multitud de ángeles presentes en la Dormición forma a veces un borde exterior alrededor de la mandorla de Cristo. En nuestro icono, las virtudes celestiales que acompañan a Cristo están señaladas por un serafín de 6 alas. Tres obispos nimbados permanecen detrás de los Apóstoles. Son Santiago, “el hermano del Señor”, primer obispo de Jerusalén, y dos discípulos de los Apóstoles: Hieroteo y Dionisio el Areopagita, llegados con San Pablo (kondakio, tono 2º ; ver el pasaje de Los nombres divinos del Pseudo-Dionisio sobre la Dormición: III, 2 PG, 3, 681). En último plano, dos grupos de mujeres representan los fieles de Jerusalén que, con los 633 obispos y los Apóstoles, forman el círculo interior de la Iglesia donde se lleva a cabo el misterio de la Dormición de la Madre de Dios.
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El episodio de Atonio, un judío fanático al que le fueron cortadas las dos manos por la espada angélica, por haber osado tocar en el lecho fúnebre a la Madre de Dios, figura en la mayoría de los iconos de la Dormición. La presencia de este detalle apócrifo en la liturgia (tropario de la oda 3º) y la iconografía de la fiesta debe recordar que el fin de la vida terrestre de la Madre de Dios es un misterio íntimo de la Iglesia que no debe ser expuesto a la profanación: innaccesible a las miradas de los del exterior, la gloria de la Dormición de María no puede ser contemplada más que en la luz interior de la Tradición.

Historia
Aconteció una vez que la Santísima Virgen María se encontraba orando en el Monte de Eleón (cerca de Jerusalén) cuando se le apareció el Arcángel Gabriel con una rama de palma del Paraíso en sus manos y le comunicó que en tres días su vida terrenal iba a llegar a su fin y que el Señor se La llevará consigo. El Señor dispuso que, para ese entonces, los Apóstoles de distintos países se reunieran en Jerusalén. En el momento del deceso, una luz extraordinaria iluminó la habitación en la cual yacía la Virgen María. Apareció el propio Jesucristo, rodeado de Ángeles y tomó Su purísima alma. Los Apóstoles enterraron el purísimo cuerpo de la Madre de Dios, de acuerdo a Su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el jardín de Getsemaní, en la gruta donde se encontraban los cuerpos de Sus padres y el de San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros. Con sólo tocar el lecho de la Madre de Dios, los ciegos recobraban la vista, los demonios eran alejados y cualquier enfermedad se curaba.
Tres días después del entierro de la Madre de Dios, llegó a Jerusalén el Apóstol Tomás que no pudo arribar a tiempo. Se entristeció mucho por no haber podido despedirse de la Virgen María y, con toda su alma, expresó su deseo de venerar Su purísimo cuerpo. Cuando se abrió la gruta donde fue sepultada la Virgen María, Su cuerpo no fue encontrado y sólo quedaron las mantas funerarias. Los asombrados Apóstoles retornaron a su vivienda. Al anochecer, mientras rezaban, oyeron un canto angelical y al levantar la vista pudieron ver a la Virgen María suspendida en el aire, rodeada de Ángeles y envuelta en un brillo de gloria celestial. Ella les dijo a los Apóstoles: "¡Alégrense! ¡Estaré con ustedes todos los días!"
Su promesa de ser auxiliadora e intercesora de los cristianos se mantiene hasta el día de hoy y se convirtió en nuestra Madre celestial. Por Su gran amor y Su ayuda todopoderosa, los cristianos desde tiempos remotos la veneran y acuden a Ella para pedir ayuda y la llaman "Fervorosa Intercesora por el género humano," "Consuelo de todos los afligidos" y quien "no nos abandona después de Su dormición." Desde tiempos remotos, y siguiendo el ejemplo del Profeta Isaías y de Santa Elizabet, empezó a ser llamada Madre de Dios (o Deípara) y Madre de nuestro Señor Jesucristo. Este nombre surge como consecuencia de que Ella engendró a Aquél que siempre fue y será el verdadero Dios.
La Santísima Virgen María es un gran ejemplo para todos aquellos que tratan de complacer a Dios. Ella fue la primera que decidió entregar Su vida enteramente a Dios. Demostró que la voluntaria virginidad supera a la vida familiar y matrimonial. Siguiendo Su ejemplo, ya desde el inicio de los siglos, muchos cristianos empezaron a llevar una vida casta con oraciones, ayunos y la mente orientada a Dios. Así surgió y se afirmó el monacato. Lamentablemente, el mundo contemporáneo no ortodoxo no valora en absoluto y hasta se burla de la castidad, olvidándose de las palabras del Señor: "Porque hay eunucos (vírgenes) que nacieron así del vientre de su madre; y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron a sí mismos eunucos por causa del Reino de los Cielos; el que sea capaz de recibir esto, que lo reciba" (San Mateo 19:12).
Completando esta breve visión de la vida terrenal de la Virgen María, cabe agregar que Ella, tanto en el momento de Su suprema Gloria, cuando fue elegida para convertirse en la Madre del Salvador del Mundo como también durante las horas de Su inmensa pena, cuando al pie de la cruz y según la profecía de San Simeón "un arma traspasó Su alma," demostró tener un pleno dominio de sí misma. Con esto, descubrió toda la fuerza y la belleza de Sus virtudes: la humildad, la fe inquebrantable, el valor, la paciencia, la esperanza en Dios y el amor hacia Él. Por eso nosotros, los ortodoxos, la veneramos con tanta devoción y tratamos de seguir Su ejemplo.