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LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO

Cuarenta días después de nacer, Cristo fue presentado a Dios en el Templo de Jerusalén, conforme a la ley mosaica. Al mismo tiempo, su madre se sometió a la purificación ritual, y ofreció a Dios los sacrificios prescritos por la ley judía. Por lo tanto, cuarenta días después de  la Natividad, en el día 2 de febrero, la Iglesia Ortodoxa celebra la fiesta de la presentación, llamada el Santo Encuentro o la Presentación de Cristo en el Templo. 

            El acontecimiento principal de esta fiesta es el encuentro de Cristo con el anciano Simeón y la profetiza Ana. (Lucas 2,22-38) A Simeón “le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor” (Lucas 2,26) e, inspirado por el mismo Espíritu, fue al Templo donde encontró al Mesías. Lo tomó en sus brazos, y proclamó las palabras que hasta el día de hoy son cantadas al final de cada oficio de Vísperas:

 

Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, y gloria de Tu Pueblo Israel. (Lucas 2,29-32)

 

            En este momento Simeón también predijo que Jesús sería “señal de contradicción” (Lucas 2,34b) y que Él “está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel.” (Lucas 2,34a) También predijo los sufrimientos de María a causa de su Hijo. (Lucas 2,35) La profetiza Ana también estuvo presente y, habiendo dado gracias a Dios, ella “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.” (Lucas 2,38)

 

            En los oficios litúrgicos para la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, el eje central es que Cristo, el Hijo y el Verbo de Dios mediante quien el mundo fue creado, está ahora en brazos de Simeón como un bebé; este mismo Hijo de Dios, el Legislador divino, el Dador de la nueva Ley, ahora cumple Él mismo la Ley, siendo llevado en brazos al Templo como niño.

 

Recíbelo, oh Simeón, a quien Moisés contempló en las nubes en el Monte de Sinaí como el Dador de la Ley. Recíbelo ahora como niño que cumple la Ley. Pues la Ley y los Profetas hablaron acerca de Él, encarnado por nosotros y Salvador de la Humanidad. Venid todos a adorarlo.

 

Que las puertas del cielo se abran hoy, pues el Verbo Eterno del Padre sin principio, sin abandonar Su Divinidad, ha tomado principio, y ha sido encarnado de la Virgen en el tiempo. Y como niño de cuarenta

días, El voluntariamente es llevado por su madre al Templo, según la Ley. El anciano Simeón lo recibe en sus brazos y exclama: Señor, despides ahora a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos tu salvación. Oh Señor, Tú que has venido para salvar a la

humanidad, gloria a Ti. (Versos de las Vísperas de la Fiesta)

 

Los oficios de Vísperas y Matutinos de esta fiesta son llenos de himnos sobre este mismo tema. En la celebración de la Divina Liturgia, las palabras del cántico de María forman el prokimenon y las de Simeón, los versos  del Aleluya. Las lecturas del Antiguo Testamento en el oficio de Vísperas hacen referencia a la Ley de la purificación en el libro de Levítico, la visión de Isaías en el Templo del Señor Tres-Veces Santo, y el don de la fe a los egipcios profetizado por Isaías cuando la luz del Señor será “revelación a los gentiles”. (Lucas 2,32)La lectura del Evangelio relata el encuentro en el Templo.

 

            La celebración del Encuentro del Señor en el Templo no es una mera conmemoración histórica. Inspirados por el mismo Espíritu que inspiró a Simeón, y llevados por el mismo Espíritu hasta la Iglesia del Mesías, los miembros de la Iglesia también afirman su propio “encuentro” con el Señor, e igualmente pueden dar testimonio de que ellos pueden irse “en paz” pues sus ojos han visto la salvación de Dios en la persona de Su Cristo.

 

Salve, oh Virgen, Madre de Dios, llena de gracia. Porque de ti resplandeció el Sol de Justicia, Cristo Dios Nuestro. Iluminando a los que están en las tinieblas. Regocíjate, oh justo anciano, llevando en tus brazos al Libertador de nuestras almas, Él que nos concede la resurrección. (Tropario)

 

Por Tu nacimiento, santificaste las entrañas de la Virgen. Y bendijiste las manos de Simeón, oh Cristo Nuestro Dios. Ahora Tú has venido y nos has salvado por amor. Otorga la paz a todos los cristianos

ortodoxos, oh Tú, Único Amante de la Humanidad. (Kontakion)

 

            Según la tradición local de algunas iglesias, el sacerdote bendice velas en la iglesia en este día. Estas velas nos recuerdan de nuestro encuentro con Cristo, Luz que ilumina a todos.

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