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ĀæQuĆ© es la Iglesia?

ĀæQuĆ© es la Iglesia?

Los atributos de la Iglesia son innumerables porque sus atributos son en realidad los atributos del SeƱor Cristo, el Dios-hombre y, a travĆ©s de Ɖl, los de la Deidad Trina. Sin embargo, los santos y divinamente sabios padres del Segundo Concilio EcumĆ©nico, guiados e instruidos por el EspĆ­ritu Santo, los redujeron en el artĆ­culo noveno del SĆ­mbolo de la Fe a cuatro: creo en una Iglesia, santa, catĆ³lica y apostĆ³lica. Estos atributos de la Iglesia - unidad, santidad, catolicidad (sobornost) y apostolicidad - se derivan de la naturaleza misma de la Iglesia y de su propĆ³sito. Definen con claridad y precisiĆ³n el carĆ”cter de la Iglesia Ortodoxa de Cristo, por lo que, como instituciĆ³n y comunidad antrĆ³pica, se distingue de cualquier instituciĆ³n o comunidad de tipo humano.



I. La unidad y singularidad de la Iglesia

AsĆ­ como la Persona de Cristo Dios-hombre es una y Ćŗnica, asĆ­ la Iglesia es fundada por Ɖl, en Ɖl y sobre Ɖl. La unidad de la Iglesia se deriva necesariamente de la unidad de la Persona del SeƱor Cristo, el Dios-hombre. Siendo un organismo orgĆ”nicamente integral y teantrĆ³pico Ćŗnico en todos los mundos, la Iglesia, segĆŗn todas las leyes del Cielo y de la tierra, es indivisible. Cualquier divisiĆ³n significarĆ­a su muerte. Inmersa en el Dios-hombre, ella es ante todo un organismo teantrĆ³pico, y sĆ³lo entonces una organizaciĆ³n teantrĆ³pica. En ella todo es antrĆ³pico: la naturaleza, la fe, el amor, el bautismo, la EucaristĆ­a, todos los santos misterios y todas las santas virtudes, su enseƱanza, toda su vida, su inmortalidad, su eternidad y su estructura.

Si si si; en ella todo es antrĆ³picamente integral e indivisible cristificaciĆ³n, santificaciĆ³n, deificaciĆ³n, trinitarismo, salvaciĆ³n. En ella todo se fusiona orgĆ”nicamente y por gracia en un solo cuerpo teantrĆ³pico, bajo una sola Cabeza: el Dios-hombre, el SeƱor Cristo. Todos sus miembros, aunque como personas siempre Ć­ntegras e inviolables, pero unidos por la misma gracia del EspĆ­ritu Santo a travĆ©s de los santos misterios y las santas virtudes en una unidad orgĆ”nica, forman un solo cuerpo y confiesan la Ćŗnica fe, que los une entre sĆ­. y al SeƱor Cristo.

Los apĆ³stoles portadores de Cristo son divinamente inspirados al anunciar la unidad y la singularidad de la Iglesia, basada en la unidad y singularidad de su Fundador: el Dios-hombre, el SeƱor Cristo y Su personalidad teantrĆ³pica:

"Porque nadie puede poner otro fundamento que el que estĆ” puesto, el cual es Jesucristo" (I Cor. 3:11)

Como los santos apĆ³stoles, los santos padres y los maestros de la Iglesia confiesan la unidad y singularidad de la Iglesia ortodoxa con la sabidurĆ­a divina de los querubines y el celo de los serafines. Es comprensible, por tanto, el celo ardiente que animĆ³ a los santos padres de la Iglesia en todos los casos de divisiĆ³n y decadencia y la actitud severa hacia las herejĆ­as y cismas. En ese sentido, los santos concilios ecumĆ©nicos y los santos concilios locales tienen una importancia preeminente. SegĆŗn su espĆ­ritu y actitud, sabios en las cosas que pertenecen a Cristo, la Iglesia no es solo una, sino tambiĆ©n Ćŗnica. AsĆ­ como el SeƱor Cristo no puede tener varios cuerpos, tampoco puede tener varias Iglesias. SegĆŗn su naturaleza antrĆ³pica, la Iglesia es una y Ćŗnica, asĆ­ como Cristo Dios-hombre es uno y Ćŗnico.

Por tanto, una divisiĆ³n, una escisiĆ³n de la Iglesia es ontolĆ³gica y esencialmente imposible. Una divisiĆ³n dentro de la Iglesia nunca ha ocurrido, ni de hecho puede ocurrir, mientras que la apostasĆ­a de la Iglesia ha ocurrido y continuarĆ” ocurriendo a la manera de aquellas ramas voluntariamente infructuosas que, habiĆ©ndose marchitado, caen de la Vid eternamente viviente, la Vid antrĆ³pica: la SeƱor Cristo (Juan 15: 1-6). De vez en cuando, herejes y cismĆ”ticos se han aislado y se han alejado de la Ćŗnica e indivisible Iglesia de Cristo, por lo que dejaron de ser miembros de la Iglesia y parte de su cuerpo antrĆ³pico. Los primeros en apartarse asĆ­ fueron los gnĆ³sticos, luego los arrianos, luego los macedonios, luego los monofisitas, luego los iconoclastas, luego los catĆ³licos romanos, luego los protestantes, luego los uniatas,

II. La santidad de la iglesia

Por su naturaleza antrĆ³pica, la Iglesia es sin duda una organizaciĆ³n Ćŗnica en el mundo. Toda su santidad reside en su naturaleza. En realidad, es el taller antrĆ³pico de la santificaciĆ³n humana y, a travĆ©s de los hombres, de la santificaciĆ³n del resto de la creaciĆ³n. Ella es santa como el Cuerpo teantrĆ³pico de Cristo, cuya cabeza eterna es el SeƱor Cristo mismo; y cuya alma inmortal es el EspĆ­ritu Santo. Por tanto, todo en ella es santo: su enseƱanza, su gracia, sus misterios, sus virtudes, todos sus poderes y todos sus instrumentos han sido depositados en ella para la santificaciĆ³n de los hombres y de todas las cosas creadas. Convertido en Iglesia por Su encarnaciĆ³n por un amor incomparable al hombre, nuestro Dios y SeƱor Jesucristo santificĆ³ a la Iglesia por Sus sufrimientos, ResurrecciĆ³n, AscensiĆ³n, enseƱanza, maravillas, oraciĆ³n, ayuno, misterios y virtudes; en una palabra, por toda Su vida teantrĆ³pica. Por tanto, se ha pronunciado el pronunciamiento divinamente inspirado:

"... Cristo tambiĆ©n amĆ³ a la Iglesia, y se entregĆ³ a sĆ­ mismo por ella, para santificarla y purificarla en el lavamiento del agua por la palabra, para presentĆ”rsela a sĆ­ mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, o cualquier cosa semejante, sino que sea santa y sin defecto "(Efesios 5: 25-27).

El fluir de la historia confirma la realidad del Evangelio: la Iglesia estĆ” llena hasta rebosar de pecadores. ĀæSu presencia en la Iglesia reduce, viola o destruye su santidad? Ā”De ninguna manera! Porque su Cabeza, el SeƱor Cristo, y su Alma, el EspĆ­ritu Santo, y su divina enseƱanza, sus misterios y sus virtudes, son indisolublemente e inmutablemente santos. La Iglesia tolera a los pecadores, los protege y los instruye para que se despierten y despierten al arrepentimiento y la recuperaciĆ³n espiritual y la transfiguraciĆ³n; pero no impiden que la Iglesia sea santa. Solo los pecadores impenitentes, persistentes en el mal y la malicia atea, son separados de la Iglesia, ya sea por la acciĆ³n visible de la autoridad teantrĆ³pica de la Iglesia o por la acciĆ³n invisible del juicio divino, para que asĆ­ tambiĆ©n la santidad de la Iglesia pueda ser preservada. .

"Apartaos de entre vosotros a ese impĆ­o" (I Cor. 5:13) .

En sus escritos y en los Concilios, los santos padres confesaron la santidad de la Iglesia como su cualidad esencial e inmutable. Los padres del Segundo Concilio EcumƩnico lo definieron dogmƔticamente en el artƭculo noveno del Sƭmbolo de la Fe. Y los concilios ecumƩnicos sucesivos lo confirmaron con el sello de su asentimiento.

III. La catolicidad (Sobornost) de la Iglesia

La naturaleza teantrĆ³pica de la Iglesia es inherente y omnicomprensivamente universal y catĆ³lica: es teantrĆ³picamente universal y teantrĆ³picamente catĆ³lica. El SeƱor Cristo, el Dios-hombre, por SĆ­ mismo y en SĆ­ mismo ha unido de la manera mĆ”s perfecta e integral a Dios y al Hombre y, a travĆ©s del hombre, todos los mundos y todas las cosas creadas a Dios. El destino de la creaciĆ³n estĆ” esencialmente ligado al del hombre (cf. Romanos 8: 19-24). En su organismo antrĆ³pico, la Iglesia engloba:

"todas las cosas creadas, que estƔn en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, sean principados o potestades" (Col. 1:16).

Todo estĆ” en el Dios-hombre; Ɖl es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia (Colosenses 1: 17-18).

En el organismo antrĆ³pico de la Iglesia, todos viven en la plenitud de su personalidad como una cĆ©lula viviente y divina. La ley de la catolicidad antrĆ³pica abarca a todos y actĆŗa a travĆ©s de todos. Mientras tanto, el equilibrio teantrĆ³pico entre lo divino y lo humano se conserva siempre debidamente. Siendo miembros de su cuerpo, en la Iglesia experimentamos la plenitud de nuestro ser en todas sus dimensiones divinas. AdemĆ”s: en la Iglesia del Dios-hombre, el hombre experimenta su propio ser como omnipresente, como antrĆ³picamente omnipresente; se experimenta a sĆ­ mismo no sĆ³lo como completo, sino tambiĆ©n como la totalidad de la creaciĆ³n. En una palabra: se experimenta a sĆ­ mismo como un dios-hombre por gracia.

La catolicidad teantrĆ³pica de la Iglesia es en realidad una cristificaciĆ³n incesante de muchos por la gracia y la virtud: todo se reĆŗne en Cristo Dios-hombre, y todo se experimenta a travĆ©s de Ɖl como propio, como un solo organismo antrĆ³pico indivisible. Porque la vida en la Iglesia es una catolicizaciĆ³n teantrĆ³pica, la lucha por adquirir por gracia y virtud la semejanza del Dios-hombre, cristificaciĆ³n, theosis, vida en la Trinidad, santificaciĆ³n, transfiguraciĆ³n, salvaciĆ³n, inmortalidad e iglesia. La catolicidad antrĆ³pica en la Iglesia se refleja y se logra en la Persona eternamente viva de Cristo, el Dios-hombre que de la manera mĆ”s perfecta ha unido a Dios con el hombre y con toda la creaciĆ³n, la cual ha sido limpiada del pecado, el mal y la muerte por la preciosa Sangre del Salvador (vĆ©ase Colosenses 1: 19-22). La Persona teantrĆ³pica del SeƱor Cristo es el alma misma de la catolicidad de la Iglesia. Es el Dios-hombre Quien siempre preserva el equilibrio teantrĆ³pico entre lo divino y lo humano en la vida catĆ³lica de la Iglesia. La Iglesia estĆ” llena hasta rebosar del SeƱor Cristo, porque ella es

"la plenitud del que todo lo llena en todo" (Efesios 1:23).

Por tanto, ella es universal en cada persona que se encuentra dentro de ella, en cada una de sus diminutas cĆ©lulas. Esa universalidad, esa catolicidad resuena como un trueno particularmente en los santos apĆ³stoles, en los santos padres, en los santos concilios ecumĆ©nicos y locales.

IV. La apostolicidad de la Iglesia

Los santos apĆ³stoles fueron los primeros hombres-dioses por gracia. Como el ApĆ³stol Pablo, cada uno de ellos, por su vida integral, podrĆ­a haber dicho de sĆ­ mismo:

"Yo vivo, pero no yo, pero Cristo vive en mƭ" (GƔlatas 2:20).

Cada uno de ellos es un Cristo repetido; o, para ser mĆ”s exactos, una continuaciĆ³n de Cristo. Todo en ellos es antrĆ³pico porque todo fue recibido del Dios-hombre. La apostolicidad no es otra cosa que la divinidad del SeƱor Cristo, asimilada libremente a travĆ©s de las santas luchas de las santas virtudes: fe, amor, esperanza, oraciĆ³n, ayuno, etc. Esto significa que todo lo que es del hombre vive en ellas libremente a travĆ©s de el Dios-hombre, piensa a travĆ©s del Dios-hombre, siente a travĆ©s del Dios-hombre, actĆŗa a travĆ©s del Dios-hombre y quiere a travĆ©s del Dios-hombre.

Para ellos, el Dios-hombre histĆ³rico, el SeƱor Jesucristo, es el valor supremo y el criterio supremo. Todo en ellos es del Dios-hombre, por el Dios-hombre, y en el Dios-hombre. Y es asĆ­ siempre y en todas partes. Eso para ellos es la inmortalidad en el tiempo y el espacio de este mundo. Por lo tanto, incluso en esta tierra son participantes de la eternidad teantrĆ³pica de Cristo.

Esta apostolicidad teantrĆ³pica continĆŗa integralmente en los sucesores terrenales de los apĆ³stoles portadores de Cristo: en los santos padres. Entre ellos, en esencia, no hay diferencia: el mismo Dios-hombre Cristo vive, actĆŗa, vivifica y hace a todos eternos en igual medida, Aquel que es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13: 8). . A travĆ©s de los santos padres, los santos apĆ³stoles viven con todas sus riquezas teantrĆ³picas, los mundos antrĆ³picos, las cosas santas antrĆ³picas, los misterios antrĆ³picos y las virtudes antrĆ³picas. De hecho, los santos padres estĆ”n apostolizando continuamente, ya sea como distintas personalidades divinas, o como obispos de las iglesias locales, o como miembros de los santos concilios ecumĆ©nicos y santos locales. Para todos ellos hay una sola Verdad, una Verdad Trascendente: el Dios-hombre, el SeƱor Jesucristo. He aquĆ­ los santos concilios ecumĆ©nicos,

La TradiciĆ³n principal, la TradiciĆ³n trascendente, de la Iglesia Ortodoxa es el Cristo Dios-Hombre viviente, Ć­ntegro en el Cuerpo antrĆ³pico de la Iglesia, de la cual Ɖl es la Cabeza eterna e inmortal. Este no es meramente el mensaje, sino el mensaje trascendente de los santos apĆ³stoles y los santos padres. Ellos conocen a Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendiĆ³. Todos ellos, por sus vidas y enseƱanzas integrales, con una sola alma y una sola voz, confiesan que Cristo el Dios-hombre estĆ” enteramente en Su Iglesia, como en Su Cuerpo. Cada uno de los santos padres podrĆ­a repetir correctamente con San MĆ”ximo el Confesor:

"De ninguna manera estoy exponiendo mi propia opiniĆ³n, sino la que me han enseƱado los padres, sin cambiar nada en su enseƱanza".

Y del inmortal anuncio de San Juan de Damasco resuena la confesiĆ³n universal de todos los santos padres que fueron glorificados por Dios: "Todo lo que nos ha sido transmitido por la Ley, los profetas, los apĆ³stoles y los evangelistas, recibimos, conocemos y estimamos altamente, y mĆ”s allĆ” de eso no pedimos nada mĆ”s ... Estemos completamente satisfechos con eso y descansemos en Ć©l, sin quitar los antiguos hitos (Prov. 22:28), ni violar la TradiciĆ³n divina ". Y luego, la conmovedora y paternal amonestaciĆ³n del santo damasceno, dirigida a todos los cristianos ortodoxos:

"Por tanto, hermanos, plantĆ©monos sobre la roca de la fe y la TradiciĆ³n de la Iglesia, no quitando los hitos establecidos por nuestros santos padres, ni dando lugar a los que estĆ”n ansiosos por introducir novedades y socavar la estructura del santo de Dios. Iglesia ecumĆ©nica y apostĆ³lica. Porque si a todos se les dejara las manos libres, poco a poco todo el Cuerpo de la Iglesia serĆ­a destruido ".

La santa TradiciĆ³n es totalmente del Dios-hombre, totalmente de los santos apĆ³stoles, totalmente de los santos padres, totalmente de la Iglesia, en la Iglesia y por la Iglesia. Los santos padres no son mĆ”s que los "guardianes de la tradiciĆ³n apostĆ³lica". Todos ellos, como los mismos santos apĆ³stoles, no son sino "testigos" de una Verdad Ćŗnica y Ćŗnica: la Verdad trascendente de Cristo, el Dios-hombre. Lo predican y lo confiesan sin descanso, ellos, las "bocas de oro de la Palabra". El Dios-hombre, el SeƱor Cristo es uno, Ćŗnico e indivisible. AsĆ­ tambiĆ©n la Iglesia es Ćŗnica e indivisible, porque es la encarnaciĆ³n del Cristo Theanthropos, continuando a travĆ©s de los siglos y por toda la eternidad. Siendo asĆ­ por su naturaleza y en su historia terrena, la Iglesia no puede estar dividida. Solo es posible alejarse de ella.

La sucesiĆ³n apostĆ³lica, la herencia apostĆ³lica, es antrĆ³pica de principio a fin. ĀæQuĆ© transmiten los santos apĆ³stoles a sus sucesores como herencia? El SeƱor Cristo, el Dios-hombre mismo, con todas las riquezas imperecederas de Su maravillosa Personalidad teantrĆ³pica, Cristo, la Cabeza de la Iglesia, su Ćŗnica Cabeza. Si no lo transmite, la sucesiĆ³n apostĆ³lica deja de ser apostĆ³lica y se pierde la TradiciĆ³n apostĆ³lica, porque ya no hay jerarquĆ­a apostĆ³lica ni Iglesia apostĆ³lica.

La santa TradiciĆ³n es el Evangelio del SeƱor Cristo, y el SeƱor mismo Cristo, a quien el EspĆ­ritu Santo infunde en todas y cada una de las almas creyentes, en toda la Iglesia. Todo lo que es de Cristo, por el poder del EspĆ­ritu Santo se vuelve nuestro, humano; pero solo dentro del cuerpo de la Iglesia. El EspĆ­ritu Santo, el alma de la Iglesia, incorpora a cada creyente, como una pequeƱa cĆ©lula, al cuerpo de la Iglesia y lo convierte en un "coheredero" del Dios-hombre (Efesios 3: 6).

En realidad, el EspĆ­ritu Santo convierte a cada creyente en un Dios-hombre por gracia. Porque ĀæquĆ© es la vida en la Iglesia? Nada mĆ”s que la transfiguraciĆ³n de cada creyente en Dios-hombre por la gracia a travĆ©s de sus virtudes evangĆ©licas personales; es su crecimiento en Cristo, el revestirse de Cristo creciendo en la Iglesia y siendo miembro de la Iglesia. La vida de un cristiano es una teofanĆ­a incesante centrada en Cristo: el EspĆ­ritu Santo, a travĆ©s de los santos misterios y las santas virtudes, transmite a Cristo Salvador a cada creyente, lo convierte en una tradiciĆ³n viva, una vida viva:

"Cristo, que es nuestra vida" (Col. 3: 4).

Todo lo que pertenece a Cristo se convierte asĆ­ en nuestro, nuestro por toda la eternidad: su verdad, su justicia, su amor, su vida y toda su hipĆ³stasis divina.

ĀæSagrada TradiciĆ³n? Es el SeƱor Jesucristo, el mismo Dios-hombre, con todas las riquezas de su divina hipĆ³stasis y, por Ć©l y por Ć©l, las de la SantĆ­sima Trinidad. Eso se da y se articula mĆ”s plenamente en la Sagrada EucaristĆ­a, en la que, por nuestro bien y por nuestra salvaciĆ³n, se realiza y se repite toda la economĆ­a teantrĆ³pica de salvaciĆ³n del Salvador. AllĆ­ reside plenamente el Dios-hombre con todos Sus maravillosos y milagrosos dones; Ɖl estĆ” allĆ­ y en la vida de oraciĆ³n y liturgia de la Iglesia. A travĆ©s de todo esto, la proclamaciĆ³n filantrĆ³pica del Salvador resuena sin cesar:

"Y he aquƭ que yo estarƩ con vosotros siempre, hasta el fin del mundo" (Mt. 28 20).

Ɖl estĆ” con los apĆ³stoles y, a travĆ©s de los apĆ³stoles, con todos los fieles, por los siglos de los siglos. Esta es toda la Santa TradiciĆ³n de la Iglesia Ortodoxa de los ApĆ³stoles: vida en Cristo = vida en la SantĆ­sima Trinidad; crecimiento en Cristo = crecimiento en la Trinidad (cf. Mt. 28: 19-20).

De extraordinaria importancia es lo siguiente: en la Iglesia Ortodoxa de Cristo, la Sagrada TradiciĆ³n, siempre viva y vivificante, comprende: la santa liturgia, todos los servicios divinos, todos los santos misterios, todas las santas virtudes, la totalidad de la verdad eterna y justicia eterna, todo amor, toda vida eterna, todo el Dios-hombre, el SeƱor Cristo, toda la SantĆ­sima Trinidad y toda la vida antrĆ³pica de la Iglesia en su plenitud antrĆ³pica, con la SantĆ­sima Theotokos y todos los santos .

La personalidad del SeƱor Cristo Dios-hombre, transfigurada en la Iglesia, inmersa en el mar de gracia orante, litĆŗrgico e ilimitado, enteramente contenida en la EucaristĆ­a y enteramente en la Iglesia, esta es la Sagrada TradiciĆ³n. Esta autĆ©ntica buena noticia la confiesan los santos padres y los santos concilios ecumĆ©nicos. Por la oraciĆ³n y la piedad la Sagrada TradiciĆ³n se preserva de todo demonismo humano y diabĆ³lico humanismo, y en ella se preserva todo el SeƱor Cristo, Quien es la TradiciĆ³n eterna de la Iglesia.

MarĆ­a, causa de nuestro regocijo

MarĆ­a, causa de nuestro regocijo

MarĆ­a la Theotokos estĆ” muy cerca de mi corazĆ³n y, estoy seguro, cerca del corazĆ³n de todos los que aman a su Hijo, JesĆŗs. Apenas puedo pensar en su nombre sin lĆ”grimas. Cuando Dios, en la plenitud de los tiempos, debido a su gran amor por su creaciĆ³n, enviĆ³ a su Hijo unigĆ©nito para salvarnos a los pecadores, eligiĆ³ hacerlo de una manera que es a la vez simple y tierna, y profunda, mĆ”s allĆ” de nuestro alcance. comprensiĆ³n. Vino a buscar una novia.

Y Dios Padre, que estĆ” sobre todos y en todos y sobre todos, eligiĆ³ unirse, a travĆ©s de la Persona del EspĆ­ritu Santo, con uno de nosotros: la Ćŗnica hija de JoaquĆ­n y Ana, la joven de Nazaret que habĆ­a preparada desde todas las Ć©pocas para convertirse en la esposa de Dios. Ella es nuestro orgullo. Ella es como nosotros en su comienzo terrenal, y es como nosotros en su fin terrenal. Ella es a la vez nuestra hermana, una hija de AdĆ”n, al igual que nosotros, y tambiĆ©n nuestra madre.

Para comenzar el desposorio de MarĆ­a con Dios, se enviĆ³ un arcĆ”ngel, uno de los que permanecen perpetuamente alrededor del trono de Dios y cantan sus alabanzas. Un Ć”ngel, bajo el cual fue creada la humanidad, fue enviado a la casa de JosĆ©, el prometido de la Virgen, y comenzĆ³ la relaciĆ³n de desposorio y matrimonio, un matrimonio no desposado, entre Dios Padre y la joven virgen de Nazaret, con la palabra , "RegocĆ­jate".

La himnografĆ­a de nuestra Iglesia dice que cuando el ArcĆ”ngel fue enviado, se asombrĆ³ y se maravillĆ³, y se quedĆ³ confuso en esta humilde morada en el norte de Palestina, anunciando a una criatura en una escala inferior a la suya que ella se convertirĆ­a en la Novia. del Padre, Madre del Co-Hijo eterno. Su relaciĆ³n con Dios es nuestra causa de regocijo. Ella es nuestra ofrenda, nuestra oblaciĆ³n, nuestra prosfora [pan eucarĆ­stico], ofrecida al Padre, del cual saldrĆ” el Cordero de Dios, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. De una manera muy real, se convirtiĆ³ en la primera en recibir a JesĆŗs como su SeƱor y Salvador. Ella es la Ćŗnica entre toda la humanidad que puede decir que no solo recibiĆ³ a JesĆŗs en su corazĆ³n espiritualmente, sino que lo alojĆ³ en su vientre, en su cuerpo.

Imaginar la respuesta de MarĆ­a a la noticia del ArcĆ”ngel Gabriel estĆ” mĆ”s allĆ” de nuestra comprensiĆ³n. Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar el relato de la AnunciaciĆ³n que olvidamos el poder, el asombro y el temor piadoso que debe haber vencido a esta joven virgen. TenĆ­a sĆ³lo catorce aƱos cuando dijo "SĆ­", y cuando toda la creaciĆ³n comenzĆ³ a regocijarse por su salvaciĆ³n.

"Engrandece mi alma al SeƱor y mi espƭritu se regocija en Dios mi Salvador", canta. Se convierte en profetisa cuando dice: "He aquƭ, todas las generaciones me llamarƔn bienaventurada". Aquella a quien todas las generaciones llaman bienaventurada y aquella en quien todos se regocijan fue nuestra ofrenda a Dios. Vemos esto en un himno muy conocido de la Natividad de Nuestro SeƱor:

Los Ɣngeles te ofrecen un himno; los cielos, una estrella; los magos, regalos; los pastores, su asombro; la tierra, su cueva; el desierto, el pesebre; y te ofrecemos una Madre Virgen.

Cuando llegĆ³ el momento de que Dios enviara a Su Hijo y se encarnara en esta tierra, toda Su creaciĆ³n quiso ofrecer un regalo. La tierra ofrecĆ­a una cueva cĆ”lida y los cielos ofrecĆ­an una estrella, no una estrella cualquiera, sino una estrella brillante como la que el mundo nunca ha visto y tal vez nunca vuelva a ver. Las huestes incorpĆ³reas ofrecieron un himno glorioso, el himno mĆ”s glorioso con el mensaje mĆ”s glorioso jamĆ”s escuchado en la tierra. Incluso los animales ofrecieron un regalo. Ofrecieron su comedero, el pesebre. Y mĆ”s allĆ” de eso, la tradiciĆ³n nos dice que ofrecieron su aliento para calentar al NiƱo reciĆ©n nacido.

Los pobres pastores no podƭan ofrecer nada mƔs que su asombro, pero lo ofrecieron. Llegaron y se arrodillaron en esa cueva muy extraƱa que era el templo. Los magos que viajaban desde lejos vinieron y ofrecieron sus mejores regalos de oro, incienso y mirra. Y nosotros, la humanidad, le ofrecimos a Dios nuestro mejor regalo, una Virgen Madre.

Su relaciĆ³n con Cristo fue una relaciĆ³n Ćŗnica, algo que nadie mĆ”s puede tener. Le da un lugar Ćŗnico en la historia de la salvaciĆ³n. Hasta la llegada del ArcĆ”ngel Gabriel a la morada de Nazaret, el pueblo de Dios peregrinaba al templo de JerusalĆ©n para adorar a Dios que estaba allĆ­ presente y reverenciar las mismas piedras del templo. Sin embargo, en un momento en el tiempo, en una oscura aldea palestina, en una joven virgen, ese templo se volviĆ³ anticuado e irrelevante. Ella se convirtiĆ³ en templo, y por eso la veneramos. Ella se convirtiĆ³ en el templo, algo Ćŗnico que le da una posiciĆ³n Ćŗnica en nuestra salvaciĆ³n. De su sangre Dios tomĆ³ sangre, sangre que se convertirĆ­a en la fuente de nuestra vida inmortal. Dios tomĆ³ carne de su carne, la carne que ahora se nos ofrece como alimento de la inmortalidad.

ĀæQuiĆ©n sino MarĆ­a amamantĆ³ a Aquel que alimenta a toda la creaciĆ³n? ĀæQuiĆ©n sino MarĆ­a llevĆ³ en sus brazos como madre a Aquel que sostiene y sostiene todo el universo? Fue MarĆ­a quien sostuvo a Dios, el Creador de todas las cosas visibles e invisibles, cuando dio sus primeros pasos en esta tierra. OfreciĆ³ su dedo meƱique para que una mano diminuta lo agarrara. Cuando el niƱo JesĆŗs, como debe haber hecho, se raspĆ³ la rodilla o fue lastimado por algunas palabras desagradables de un compaƱero de juegos, y llorĆ³ y vino corriendo hacia la madre, fue MarĆ­a quien besĆ³ la herida y la hizo sentir mejor, o lo acogiĆ³. sus brazos y le asegurĆ³ que las palabras desagradables y la tristeza que sentĆ­a pasarĆ­an, que todo estarĆ­a bien. Ella trajo consuelo a Dios. Y cuando Dios llorĆ³, cuando JesĆŗs llorĆ³, fue Su madre, como toda madre, quien enjugĆ³ Sus lĆ”grimas. MarĆ­a enjugĆ³ las lĆ”grimas del rostro de Dios.

Lo profundo de esto no es solo el hecho de que estas cosas sucedieron, sino que Marƭa sabƭa a quiƩn apoyaba con su dedo meƱique. Sabƭa quiƩn amamantaba de su pecho, a quiƩn cambiaba los paƱales. Sabƭa quiƩn era cuyas heridas besaba y vendaba, cuyos sentimientos heridos consolaba y cuyas lƔgrimas enjugaba. Marƭa lo sabƭa.

En la Fiesta de la PresentaciĆ³n, llevĆ³ a su Hijo a ese edificio de piedra en JerusalĆ©n que sabĆ­a que ya no era necesario, sabiendo que Ɖl era el Hijo de Dios. Fue en ese momento que comenzaron sus penas. Cuarenta dĆ­as despuĆ©s del nacimiento de su Ćŗnico Hijo, se le predijo el gran dolor que vendrĆ­a a su corazĆ³n: que llegarĆ­a el dĆ­a en que Su herida no serĆ­a solo una rodilla raspada, sino manos y pies clavados, y un traspaso. lado. Que las lĆ”grimas que derramĆ³ y las palabras y acciones desagradables que soportĆ³ no serĆ­an solo palabras desagradables de pequeƱos compaƱeros de juegos, sino la sentencia de muerte de aquellos a quienes vino a salvar. CĆ³mo debiĆ³ haberle traspasado el corazĆ³n queriendo besar esas manos, y los pies, y el costado, y la frente, para hacer desaparecer las heridas y el dolor, en vano. Y cĆ³mo debiĆ³ haber anticipado recibir a su Hijo de la Cruz, ahora muerto.

ĀæQuiĆ©n entre toda la humanidad ha ofrecido tanto a nuestro Dios? Ella ofreciĆ³ su carne para convertirse en Su carne, su sangre para convertirse en Su sangre. OfreciĆ³ toda ternura maternal (y no hay ternura como la ternura de una madre). ĀæQuiĆ©n sino MarĆ­a soportĆ³ tanto dolor? Nuestros himnĆ³grafos nos muestran a MarĆ­a parada en la Cruz, recordando a Cristo niƱo cuando dio Sus primeros pasos, y cuando dijo Su primera palabra, y cuando derramĆ³ Su primera lĆ”grima, y ā€‹ā€‹cuando riĆ³ Su primera risa, y la llamĆ³ "Madre " por primera vez. ImagĆ­nense, ahora, a esa MarĆ­a muy humana de pie junto a la Cruz.

La Theotokos se sintiĆ³ abrumada por el dolor al verte crucificado y muerto en la cruz. Ella gritĆ³: "Ā”CĆ³mo sufres, amado Hijo mĆ­o! La espada clavada en tu costado ha traspasado mi corazĆ³n. Mi herida arde con tu agonĆ­a. Sin embargo, canto tu alabanza, porque voluntariamente moriste para salvar al gĆ©nero humano".

"Sin embargo, canto tu alabanza". A pesar de toda la fealdad que ve y el dolor que soporta al ver a su Hijo crucificado injustamente por aquellos a quienes vino a salvar, ella lo glorifica. Ella sabe que Ɖl es Dios. Lo Ćŗnico que puede equilibrar ese dolor es la alegrĆ­a que tuvo tres dĆ­as despuĆ©s, cuando su Hijo resucitĆ³ como vencedor. ImagĆ­nese su gozo cuando el Ć”ngel se le acercĆ³ y le dijo: "AlĆ©grate, otra vez digo alĆ©grate, porque tu Hijo ha resucitado de sus tres dĆ­as en el sepulcro, y consigo mismo ha resucitado a todos los muertos. Ā”AlĆ©grate, regocĆ­jate!"

No es una proposiciĆ³n teolĆ³gica, sino un simple hecho, que Dios se hizo hombre, se convirtiĆ³ en lo que tĆŗ y yo somos en todo menos en nuestro pecado. Y para que eso fuera posible, necesitaba una madre. Los honores y prerrogativas que le fueron dadas durante Su vida terrenal deben palidecer en comparaciĆ³n con los que le fueron otorgados ahora que Ɖl estĆ” sentado a la diestra de Su Padre en el trono de gloria, llevando la carne y la sangre que Ɖl tomĆ³ de ella. La carne y la sangre que le dieron a Ɖl, su Hijo, se sienta a la diestra del Padre y es adorada por miles de Ć”ngeles y diez miles de arcĆ”ngeles: su carne y sangre, la carne y la sangre de AdĆ”n, la carne y la sangre que tĆŗ y yo compartimos con ella, y por ella, con nuestro Dios.

No es casual, entonces, que el primer milagro de nuestro SeƱor, en las bodas de CanĆ”, se obtuviera por su intercesiĆ³n. Y ante su intercesiĆ³n, aunque la recepciĆ³n de la boda casi ha terminado, Ɖl hace mĆ”s de cien galones del mejor vino. Cuando su madre le pide, derrama su gracia abundante y ricamente. ĀæQuiĆ©n harĆ­a menos, a peticiĆ³n de su madre? AsĆ­, MarĆ­a tiene lo que los himnĆ³grafos llaman "valentĆ­a maternal" al interceder ante Cristo, y como nuestra madre tambiĆ©n, estĆ” siempre dispuesta a interceder por nosotros.

Marƭa es nuestro orgullo, nuestra causa de alegrƭa, nuestra hermana, nuestra madre y, sobre todo, nuestra intercesora. HonrƔmosla, amƩmosla y presentƩmosle nuestras necesidades con la inocente confianza de los niƱos que saben que su madre satisfarƔ sus necesidades con amor.

SalvaciĆ³n y Reino de los Cielos

SalvaciĆ³n y Reino de los Cielos

La salvaciĆ³n es el don divino a travĆ©s del cual los hombres y mujeres son liberados del pecado y la muerte, unidos a Cristo y llevados a Su Reino eterno. Aquellos que escucharon el sermĆ³n de Pedro el dĆ­a de PentecostĆ©s preguntaron quĆ© debĆ­an hacer para ser salvos. Ɖl respondiĆ³: "ArrepentĆ­os, y bautĆ­cese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisiĆ³n de los pecados, y recibirĆ©is el don del EspĆ­ritu Santo" (Hechos 2:38). La salvaciĆ³n comienza con estos tres "pasos": 1) arrepentirse, 2) ser bautizado y 3) recibir el don del EspĆ­ritu Santo. Arrepentirse significa cambiar de opiniĆ³n sobre cĆ³mo hemos sido, alejarnos de nuestro pecado y entregarnos a Cristo. Ser bautizado significa nacer de nuevo al unirse en uniĆ³n con Cristo.

La salvaciĆ³n exige fe en Jesucristo. La gente no puede salvarse a sĆ­ misma por sus propias buenas obras. La salvaciĆ³n es "fe que obra por medio del amor". Es un proceso continuo que dura toda la vida. La salvaciĆ³n es tiempo pasado en el sentido de que, a travĆ©s de la muerte y resurrecciĆ³n de Cristo, hemos sido salvos. Es tiempo presente, porque tambiĆ©n debemos ser salvos por nuestra participaciĆ³n activa a travĆ©s de la fe en nuestra uniĆ³n con Cristo por el poder del EspĆ­ritu Santo. La salvaciĆ³n tambiĆ©n es tiempo futuro, porque aĆŗn debemos ser salvos en Su gloriosa Segunda Venida.

Entonces, ĀæcĆ³mo logramos el Reino de los Cielos? ĀæDĆ³nde se encuentra? Es muy fĆ”cil para nosotros en el mundo occidental ver este Reino como algo que uno alcanza como destino final o final de un viaje. Como cristianos ortodoxos, creemos que el Reino de los Cielos es Cristo mismo, no un lugar o ubicaciĆ³n fĆ­sica.

Es dentro de Cristo donde se experimenta el Reino. Por esta razĆ³n, no podemos pensar en el Reino como algo de lo que estamos "dentro" o "fuera". A travĆ©s del bautismo y una vida de arrepentimiento, participamos de la Vida de Cristo, y asĆ­ participamos en el Reino. El Reino es un estado dinĆ”mico, en el que crecemos en perfecciĆ³n a travĆ©s de la gracia de Dios. Nuestro viaje no es hacia el Reino, nuestro viaje es hacia el Reino.

Mientras luchemos por ser semejantes a Cristo, seguramente estaremos saboreando la Fuente de la Inmortalidad. Cuando termina la lucha y cesa el crecimiento, el Reino desaparece. No se encuentra en ninguna parte. En el momento en que pensamos que hemos logrado algo, que nos hemos ganado nuestro lugar, entonces hemos perdido el Reino. Nuestras luchas no tienen sentido sin Cristo, y viceversa: sin luchas, no tenemos sentido, porque perderemos a Cristo.

Nuestro SeƱor estĆ” solo con aquellos que lo necesitan. Cuando perdemos nuestra necesidad diaria de Ɖl, nuestra alma queda satisfecha con el mundo. Un hombre que no tiene hambre no come, por lo que el que no tiene hambre de Dios no puede participar de su bondad. Por eso, la Iglesia siempre nos ha instado a participar en ejercicios espirituales como el ayuno y la limosna, para despertar en nosotros el hambre de Dios. Esta hambre, este deseo de Dios, nos acercarĆ” mĆ”s a Ć©l.

Por eso Cristo nos insta a tomar nuestras cruces y seguirlo. No debemos buscar una vida cĆ³moda, sino afrontar con valentĆ­a nuestras cargas con la confianza de que, en nuestro sufrimiento, seremos visitados y consolados por Cristo mismo.

AsĆ­ como Cristo desdeĆ±Ć³ la gloria terrenal por la vergĆ¼enza y el sufrimiento de la Cruz para que pudiĆ©ramos vivir, asĆ­ debemos recordarnos a nosotros mismos que el aplauso del mundo es el traqueteo de los huesos de los muertos. "Ay de ustedes cuando todos los hombres hablen bien de ustedes, / porque asĆ­ hicieron sus padres con los falsos profetas" (Lucas 6:26). Cuando soportamos nuestra Cruz por amor a Dios y a Sus hijos, cuando soportamos con paciencia nuestras pruebas, crecemos en el conocimiento experimental de Dios mismo. El mundo intenta matarnos, pero nos damos cuenta de su debilidad ante Dios.

El Reino de Dios no es una almohada mullida ni un colchĆ³n de plumas. Lo encuentra la monja durmiendo en una tabla, o la anciana sufriendo en su cama de hospital. El Reino de los Cielos es una condiciĆ³n espiritual que ninguna situaciĆ³n terrenal puede superar. La monja canta canciones y la mujer afligida ofrece plegarias puras. Ambos atraviesan dificultades que los acercan a Cristo.

Puede preguntarse: "ĀæCĆ³mo puedo sufrir como ellos?" No es necesario vivir en un monasterio o en un hospital para experimentar este crecimiento; puedes participar en el mismo viaje de perfeccionamiento amando y sirviendo incondicionalmente a quienes te rodean. ĀæEscuchas cosas malas de alguien? Ā”Entonces reza por ellos! ĀæTiene algĆŗn desacuerdo con alguien? Ā”Entonces humĆ­llate y discĆŗlpate! Amar a tus enemigos y ser modesto son tareas difĆ­ciles, pero son trabajos de perfeccionamiento.

Cuando Dios vea nuestras luchas para dejar de lado nuestro ego, nos darĆ” fuerzas. Cuando Ɖl nos vea actuando segĆŗn nuestro deseo de entrar en el Reino de Su amor, entonces Ɖl nos ayudarĆ” en nuestro momento de necesidad. Nadie perecerĆ” jamĆ”s por buscar a Dios.

Lo que morirĆ” mientras participamos en el Reino es nuestra pecaminosidad. Nuestra miserable arrogancia y orgullo sufrirĆ”n una muerte horrible en presencia de la misericordia y la compasiĆ³n de Dios. Nos daremos cuenta de lo indignos que somos de ser en el Reino. Y, al vernos a nosotros mismos como pecadores e infieles, nuestro SeƱor comparte con nosotros Su dignidad y fidelidad.

Para no desacreditar la dignidad que Cristo ha compartido con nosotros, debemos comportarnos de manera digna. Debemos, como nos enseƱa la liturgia, "dejar a un lado todas las preocupaciones terrenales, para que podamos recibir al Rey de todos". Si estamos atados por preocupaciones terrenales, no podemos escapar del pecado y la tentaciĆ³n. La calumnia, el chisme, la ira, la infidelidad, el robo y todos los demĆ”s pecados provienen de un corazĆ³n lleno del mundo, no de Cristo. Un hijo del Reino, que camina diariamente con Cristo en oraciĆ³n, ayuno y limosna, no tiene tiempo para los pecados. Una vez que realmente saboreas el Reino de los Cielos, las preocupaciones mundanas no tienen atractivo.

Los mismos apĆ³stoles lucharon con esto. Mientras caminaban con Cristo, Ɖl les enseĆ±Ć³ sobre el Reino venidero. Poco a poco les hizo comprender que la Cruz y la ResurrecciĆ³n eran su forma de compartir con ellos su divinidad y su humanidad renovada. Sin embargo, todavĆ­a lucharon. El Evangelio de Marcos dice:

Entonces se le acercaron Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, y le dijeron: "Maestro, queremos que hagas por nosotros todo lo que te pidamos". Y les dijo: "ĀæQuĆ© quieren que haga por ustedes?" Le dijeron: "ConcĆ©denos que nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu gloria". Pero JesĆŗs les dijo: "No sabĆ©is lo que pedĆ­s. ĀæPodĆ©is beber de la copa que yo bebo y ser bautizados con el bautismo con el que yo soy bautizado?" Le dijeron: "Podemos". Entonces JesĆŗs les dijo: De la copa que yo bebo beberĆ©is, y con el bautismo yo soy bautizado con vosotros serĆ©is bautizados; pero el sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es mĆ­o darlo, sino que es para aquellos para quienes estĆ” preparado ". (Marcos 10: 35ā€“40)

Como escuchamos en las Escrituras, ser exaltado y glorificado no es nuestro para buscar. De hecho, compartiremos las pruebas de esta vida como lo hizo Cristo, pero no debemos pedir gloria y honores terrenales. Los apĆ³stoles asumieron que nuestro SeƱor habĆ­a venido a establecer un reino terrenal. Imaginaron un gran castillo y una elegante corte. Fantaseaban con la riqueza y la grandeza, pero no entendieron el punto. El punto es que la gloria no es tan importante como la participaciĆ³n.

"Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos" (Mateo 22:14). Si podemos pasar por la puerta estrecha, deberƭamos estar satisfechos. Aquellos que busquen los asientos principales se sentirƔn decepcionados, por eso nuestro SeƱor nos dice que tomemos los mƔs bajos. No piense ni por un momento que buscar honores en la Iglesia es de alguna manera mƔs espiritual que buscar honores en los negocios o en el Ɣmbito social.

Si buscamos honor, estamos alimentando nuestro orgullo. Este niƱo crecerƔ para ser nuestro captor, porque el orgullo nos dice que somos perfectos y no necesitamos a Dios.

El orgullo nos dice cuĆ”n inferiores son los demĆ”s y cĆ³mo no merecen nuestro amor o misericordia. El orgullo nos mantendrĆ” fuera de las puertas del arrepentimiento, diciĆ©ndonos que no tenemos pecados que confesar y que tenemos el derecho de juzgar a los demĆ”s.

Dejemos a un lado el orgullo y la arrogancia, para que Cristo nos salve y participemos de Su Reino. Crezcamos en nuestro amor por Ɖl, viviendo cada dĆ­a nuestro bautismo bebiendo de la copa del amor mutuo por los demĆ”s. Tomemos nuestras cruces y sigamos a Cristo en este mundo, estando en el mundo, pero no siendo de Ć©l.

Amados en Cristo, se nos ha dado mucho. Ahora depende de nosotros si creceremos mƔs como Cristo o perderemos el Reino conformƔndonos a las expectativas mundanas. Crecer en Cristo, crecer en el Reino, significa ser mƔs amoroso, mƔs perdonador, mƔs generoso, mƔs solidario con los demƔs, mƔs positivo, mƔs alentador, mƔs orante.

Si deseamos el Reino, entonces deseamos la voluntad del Rey. El deseo de nuestro SeƱor es que Su Reino sea pleno, por lo que depende de nosotros traer a otros y conservar los que tenemos. Seamos buenos anfitriones y azafatas en el Reino. Sirvamos las mesas del SeƱor, para que el banquete de bodas sea lleno de alegrĆ­a. Hay toda una naciĆ³n afuera esperando ver el Reino. MostrĆ©mosles todos cĆ³mo es crecer en Cristo.

La comprensiĆ³n ortodoxa del pecado

La comprensiĆ³n ortodoxa del pecado

En el primer capĆ­tulo del GĆ©nesis leemos que el hombre fue creado a imagen de Dios y llamado a ser como Ɖl. La imagen, dicen los Padres de la Iglesia, es principalmente nuestra inteligencia y nuestro libre albedrĆ­o. Dios nos amĆ³ tanto que enviĆ³ a su Hijo unigĆ©nito para nuestra salvaciĆ³n (Juan 3:16).

Si nos vestimos de Cristo en el bautismo y continuamos lavĆ”ndonos a travĆ©s del arrepentimiento, entonces podemos reflejar la luz de Cristo. Nuestra oraciĆ³n constante es "SeƱor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mĆ­, el pecador". Somos criaturas. No tenemos existencia independiente. Dependemos de Dios para todos y por su misericordia podemos tener la luz de Cristo en nosotros. Esta es una realidad espiritual revelada por Nuestro SeƱor Jesucristo mismo. El valor de esto es insondable.

El obispo Hierotheos Vlachos (1994, 1998) se refiere al valor que pueden tener los seres humanos:

Se dice que Dios tiene esencia y energĆ­a y que esta distinciĆ³n no destruye la simplicidad divina. Confesamos y creemos que 'la gracia, la iluminaciĆ³n y la energĆ­a no creadas y naturales siempre proceden de manera inseparable de esta energĆ­a divina' Y dado que, segĆŗn los santos, la energĆ­a creada significa tambiĆ©n la esencia creada. . . La energĆ­a de Dios no se crea. De hecho, el nombre de la divinidad se coloca no solo sobre la esencia divina, sino tambiĆ©n sobre ti, nada menos que la energĆ­a divina. Esto significa que en las enseƱanzas de los santos Padres, 'esto (la esencia) es completamente incapaz de ser compartido, pero por la gracia divina la energĆ­a se puede compartir.

Esta es una realidad y una verdad. Basado en la enseƱanza iluminadora de San Gregorio Palamas, el obispo Hierotheos nos dice que esto estƔ disponible para nosotros "a travƩs de la benevolencia de Dios hacia aquellos que han purificado su nous". El obispo Hierotheos (1994) llama a la Iglesia un hospital que puede curar nuestras dolencias para que nuestro nous pueda ser purificado y esta vida en Cristo pueda tener lugar en nosotros.

Pasiones: las inclinaciones al pecado

DespuƩs de la Caƭda, estamos predispuestos a elecciones egocƩntricas dirigidas por las pasiones (deseos) en lugar de elecciones basadas en el Ɣgape. San Isaac de Siria nos dice: "... complacer a la carne, produce en nosotros impulsos vergonzosos y fantasƭas indecorosas" (Padres primitivos de la Philokalia).

Las pasiones brotan del corazĆ³n de la persona. JesĆŗs nos dijo: "Porque de dentro, del corazĆ³n del hombre, salen los malos pensamientos, la fornicaciĆ³n, el hurto, el asesinato, el adulterio, la codicia, la iniquidad, el engaƱo, el libertinaje, la envidia, la calumnia, el orgullo, la necedad. Todas estas maldades proceden de por dentro, y contaminan al hombre "(Marcos 7: 21-23).

San Pablo escribiĆ³ "Mientras vivĆ­amos en la carne, nuestras pasiones pecaminosas, despertadas por la ley, actuaban en nuestros miembros para dar fruto para muerte" (Romanos 5: 7). El trabajo de las pasiones puede tener lugar antes del matrimonio o despuĆ©s de la uniĆ³n matrimonial. En cualquier caso, conducen a una elecciĆ³n de singularidad o autosatisfacciĆ³n sobre una uniĆ³n unida justa.

Las pasiones pueden predisponer a las personas a la discordia de Dios y de la humanidad. La advertencia de San Pablo se aplica al ataque del "demonio" la uniĆ³n con Dios y el prĆ³jimo: "Ahora bien, las obras de la carne son claras: fornicaciĆ³n, impureza, libertinaje, idolatrĆ­a, hechicerĆ­a, enemistad, contienda, celos, ira, egoĆ­smo, disensiĆ³n, fiesta espĆ­ritu, envidia, borrachera, juerga, etc. Les advierto, como ya les advertĆ­ antes, que los que hacen tales cosas no heredarĆ”n el reino de Dios ā€(GĆ”latas 5: 19-21). Los Padres de la Iglesia atribuyen esto al demonio de cada pasiĆ³n que no se cansa de romper la uniĆ³n con Dios y la humanidad.

Un ejemplo de cĆ³mo funciona esto puede ayudarnos a comprender. El demonio de la lujuria, nos dicen los Padres de la Iglesia, puede apoderarse de nuestras vidas. La sociedad moderna facilita esta enfermedad. El sexo se transmite en todas partes para casi todos los usos: arte, moda, mĆŗsica, noticias, pornografĆ­a (especialmente Internet) y la venta de casi cualquier producto, desde automĆ³viles hasta computadoras.El mundo secular expone flagrantemente partes del cuerpo, especialmente las Ć”reas genitales.

Los Padres de la Iglesia sabĆ­an de tales tentaciones hace mil aƱos. San Isaac de Siria escribiĆ³: "Las pasiones son provocadas por imĆ”genes o por sensaciones desprovistas de imĆ”genes y por la memoria, que al principio no estĆ” acompaƱada de movimientos o pensamientos apasionados, pero que luego produce excitaciĆ³n". Una forma de lidiar con estas pasiones, continuĆ³ San Isaac: "... su pensamiento debe apegarse a nada mĆ”s que a su propia alma".

Hay que elegir entre Cristo y el demonio. San Pablo preguntĆ³:

ĀæQuiĆ©n nos separarĆ” del amor de Cristo? HabrĆ” tribulaciĆ³n. . . angustia. . . persecucion . . . hambre . . . desnudez. . . peligro . . . Āæla espada? Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los Ć”ngeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni el poder, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrĆ” separarnos del amor de Dios. , que es en Cristo nuestro SeƱor (Romanos 8: 35-39).

La vigilancia y el discernimiento son virtudes fundamentales que deben adquirir quienes buscan a Cristo que habita en ellos y desean vencer el poder de las pasiones.

Ilias el presbƭtero nos dice: "Los demonios hacen la guerra contra el alma principalmente a travƩs de los pensamientos ..." (Philokalia, III). Idealmente, los cristianos ortodoxos crearƔn un "desierto espiritual" para ellos mismos, sacƔndolos de las "tentaciones" tan frecuentes en la vida moderna. La muerte espiritual ocurre cuando estos pensamientos son egocƩntricos.

San MĆ”ximo el Confesor tambiĆ©n lo sabĆ­a: "El amor propio y la astucia de los hombres, alejĆ”ndolos unos de otros y pervirtiendo la ley, han cortado nuestra naturaleza humana Ćŗnica en muchos fragmentos". CuĆ”nto mĆ”s deberĆ­an aplicarse las palabras de San MĆ”ximo a todos aquellos que vemos la uniĆ³n con Dios y con toda nuestra humanidad.

El pecado es desuniĆ³n

El pecado nos hace estar fuera de comuniĆ³n o lo que podrĆ­a llamarse desuniĆ³n con Dios y el prĆ³jimo. San Juan CrisĆ³stomo dice: "ĀæCometiste pecado? Entra en la Iglesia y arrepiĆ©ntete de tu pecado; porque aquĆ­ estĆ” el mĆ©dico, no el juez; aquĆ­ uno no es investigado, uno recibe la remisiĆ³n de los pecados" (San Juan CrisĆ³stomo). Si la iglesia es un "mĆ©dico", entonces esta ruptura con Dios y el prĆ³jimo necesita sanidad. Falta la marca de estar centrado en Dios y Su Voluntad. El pecado se considera, por tanto, una enfermedad o dolencia. Con la curaciĆ³n somos restaurados a una condiciĆ³n anterior.

Sabemos que esta curaciĆ³n tiene lugar en el Santo Bautismo, el Santo Misterio de la Penitencia, la Santa UnciĆ³n y por la recepciĆ³n digna de la Sagrada EucaristĆ­a: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. San Juan CrisĆ³stomo, en su Divina Liturgia, nos recuerda todo lo que Dios hizo por nosotros: tomar nuestra carne, la cruz, el sepulcro y la ResurrecciĆ³n. El fin de lo cual es reconciliarnos con Ɖl: "cuando nos hubiĆ©ramos apartado, no dejaste de hacer todas las cosas hasta que nos hubieras traĆ­do de vuelta al cielo". ĀæNecesitamos que se nos recuerde que cuando Cristo nos dio la EucaristĆ­a dijo; "Tomad, comed: esto es mi Cuerpo que por vosotros es partido para remisiĆ³n de los pecados", y "Bebed de todo esto: esto es mi Sangre del Nuevo Testamento, que es derramada por vosotros y por muchos, para remisiĆ³n de pecados "(Ć©nfasis agregado).

El perdĆ³n es reconciliarse con Cristo y con toda la humanidad. San Mateo nos dice:

Pero yo os digo que todo el que se enoje con su hermano serĆ” condenado a juicio; el que insulte a su hermano serĆ” responsable ante el consejo, y el que diga: "Ā”Necio!" estarĆ” sujeto al infierno de fuego. AsĆ­ que si estĆ”s ofreciendo tu ofrenda en el altar, y allĆ­ recuerdas que tu hermano tiene algo en tu contra, deja tu ofrenda allĆ­ delante del altar y vete; reconcĆ­liate primero con tu hermano, y luego ven y presenta tu ofrenda. Hazte amigo rĆ”pidamente de tu acusador, mientras vas con Ć©l al tribunal, no sea que tu acusador te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan en la cĆ”rcel; de cierto les digo que no saldrĆ”n jamĆ”s hasta que hayan pagado el Ćŗltimo centavo ā€(Ć©nfasis agregado) (Mateo 5: 22-26).

Esto implica un esfuerzo conductual activo hacia la reconciliaciĆ³n.

Orgullo: una barrera al arrepentimiento; Humildad: la puerta del arrepentimiento

San Juan de la Escalera (1982) seƱala:

El orgullo nos hace olvidar nuestros pecados ... el recuerdo de ellos conduce a la humildad ". Por lo tanto, debemos prestar atenciĆ³n a las siguientes palabras de San Juan:" No debe permitir que el recuerdo de las cosas que lo afligen quede grabado en su intelecto, no sea que interiormente rompe la naturaleza humana al separarse a sĆ­ mismo del otro hombre, aunque Ć©l mismo es un hombre. Cuando la voluntad de un hombre en uniĆ³n con el principio de la naturaleza de esta manera, Dios y la naturaleza se reconcilian naturalmente.

San Isaac el sirio dijo que la persona que ha alcanzado el conocimiento de su propia debilidad ha alcanzado la cima de la humildad (Brock, 1997).

Arrepentimiento: la condiciĆ³n para el perdĆ³n

Cuando alguien que ofende a Dios oa nosotros debe arrepentirse. Dios, y nosotros a imitaciĆ³n de Ɖl, debemos abrazar al pecador arrepentido con el propio amor de Dios, para perdonarlo. Tenemos que orar para que nosotros o cualquiera que nos haya ofendido oa Dios, se reconcilie con Dios y con nosotros a travĆ©s de Su Iglesia. El fundamento de este arrepentimiento es el sentido de su infidelidad a Dios y la ofensa hacia nosotros, la contriciĆ³n del corazĆ³n y la determinaciĆ³n de enmendar y tener una metanoia, un cambio fundamental de mente y corazĆ³n para no volver a ofender.

Arrepentimiento

Dios reconoce la diferencia entre el arrepentimiento autĆ©ntico y el que no lo es. Si este conocimiento se usa como justificaciĆ³n por el pecado, no ocurrirĆ” un verdadero arrepentimiento, no importa cuĆ”ntas palabras se hayan gastado en oraciĆ³n. Si el hermano caĆ­do clama a Cristo como el ladrĆ³n en la cruz, sin embargo, encontrarĆ”n el perdĆ³n de Dios.

Una persona sabia dijo una vez que Dios no mira de dĆ³nde venimos, solo hacia dĆ³nde vamos. Si el arrepentimiento se deriva del deseo de tener un corazĆ³n puro, el arrepentido encontrarĆ” a Dios sin importar cuĆ”ntas veces haya fallado. "Bienaventurados los de limpio corazĆ³n, porque ellos verĆ”n a Dios" (Mateo 5: 8).

Theosis

San Silouan ha seƱalado que, "los que no gustan y rechazan a su prĆ³jimo estĆ”n empobrecidos en su ser. No conocen al Dios verdadero, que es el amor que todo lo abarca". San Pedro en su segunda epĆ­stola nos dice lo que Dios nos ha dado: "Su poder divino nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad ... y llegamos a ser participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1: 3-4 ). Sabemos que esto no es participar o convertirse en Dios en Su Ser o Esencia, sino compartir el calor y la luz de Su "EnergĆ­a Divina" (Staniloae, 2003).

La curaciĆ³n de las pasiones conduce a la teosis

Esto solo puede suceder, indica Mons. Hierotheos Vlachos (1994, 1998), si curamos las pasiones de nuestra alma. Para el delincuente, esto significa curar la pasiĆ³n que lo llevĆ³ a cometer el delito. Para quien perdona, esto significa sanar la pasiĆ³n de la ira y aumentar las virtudes de la humildad y la mansedumbre. El perdĆ³n y el arrepentimiento son una moneda de dos caras. Uno no puede existir sin el otro.

San MƔximo el Confesor nos dice el camino que sigue:

El primer tipo de desapasionamiento es la abstenciĆ³n del impulso del cuerpo hacia la comisiĆ³n real del pecado. El segundo ... rechazo de los pensamientos apasionados ... los tercios es la quietud del deseo apasionado. ... el cuarto tipo de desapasionamiento es la completa exclusiĆ³n de la mente de las imĆ”genes sensibles (Philokalia II).

Psicoespiritualmente, esto significa la decisiĆ³n y la voluntad de detener el pecado, actuar de acuerdo con los consejos de Nuestro SeƱor y hacer todo lo posible para alejarnos de los eventos e imĆ”genes que despiertan el pecado. Esto significa sustituir y disponer de las obras de Dios, ejercitar y practicar pensamientos y actos piadosos y virtuosos, y basar todo en el fundamento de la oraciĆ³n y los Santos Misterios.

EncomendƩmonos a nosotros mismos y unos a otros ... a Cristo nuestro Dios

Theosis no solo significa estar animado con el fuego del calor y la luz de Dios, sino estar en comuniĆ³n unos con otros. San Doroteo de Gaza (Wheeler, 1977) compara nuestro crecimiento en uniĆ³n con Dios con una brĆŗjula. Dios es el punto central. Cada persona es como los radiales que salen del centro a los 360 grados que lo rodean. A medida que cada persona se acerca a Dios, el centro, tambiĆ©n se acercan unos a otros, a medida que cada persona se aleja de Dios, el centro, tambiĆ©n se alejan mĆ”s unos de otros (Morelli, 2007).

Terminemos reflexionando sobre la oraciĆ³n de San EfraĆ­n el Sirio (1997):

Si tu hermano estƔ enojado contigo, entonces el SeƱor tambiƩn estƔ enojado contigo. Y si has hecho las paces con tu hermano abajo, tambiƩn has hecho las paces con el SeƱor en las alturas. Si recibes a tu hermano, tambiƩn recibes a tu SeƱor.

JesĆŗs perdona nuestros pecados a travĆ©s del poder sacramental dado a la Iglesia, primero a los ApĆ³stoles, luego a sus sucesores, los obispos y sacerdotes hasta el dĆ­a de hoy, cuando les dijo: "Reciban el EspĆ­ritu Santo. Si perdonan los pecados a cualquiera, le quedan perdonados; si retengas los pecados de alguno, te quedan retenidos "(Juan 20: 22-23).

el Fin de los Tiempos

el Fin de los Tiempos

Con la especulaciĆ³n actual en algunos rincones de las tradiciones cristianas en torno a la Segunda Venida de Cristo, el evento llamado "El Rapto" y cĆ³mo pueden suceder las cosas en los Ćŗltimos dĆ­as, es importante entender que las creencias de la Iglesia Ortodoxa son bĆ”sico y diferente de otras iglesias. Los cristianos ortodoxos confiesan con convicciĆ³n que Jesucristo "vendrĆ” otra vez para juzgar a vivos y muertos" y que "su reino no tendrĆ” fin". Sin embargo, la predicaciĆ³n ortodoxa no intenta predecir el horario profĆ©tico de Dios, sino animar a los cristianos a tener sus vidas para que puedan tener confianza ante Ɖl cuando Ɖl venga (1 Juan 2:28).

El Credo Niceno

El Credo Niceno

El Credo de Nicea deberƭa llamarse Credo de Nicea-Constantinopla ya que fue redactado formalmente en el primer concilio ecumƩnico en Nicea (325) y en el segundo concilio ecumƩnico en Constantinopla (381).

La palabra credo proviene del latĆ­n credo que significa "yo creo". En la Iglesia Ortodoxa, el credo generalmente se llama El SĆ­mbolo de la Fe, que significa literalmente "reunir" y "expresiĆ³n" o "confesiĆ³n" de la fe.

En la Iglesia primitiva habĆ­a muchas formas diferentes de confesiĆ³n de fe cristiana; muchos "credos" diferentes. Estos credos siempre se usaron originalmente en relaciĆ³n con el bautismo. Antes de ser bautizado, una persona tenĆ­a que declarar lo que creĆ­a. El credo cristiano mĆ”s antiguo fue probablemente la simple confesiĆ³n de fe de que JesĆŗs es el Cristo, es decir, el MesĆ­as; y que el Cristo es el SeƱor. Al confesar pĆŗblicamente esta creencia, la persona podrĆ­a ser bautizada en Cristo, muriendo y resucitando con Ɖl en la Nueva Vida del Reino de Dios en el nombre del Padre, y del Hijo, y del EspĆ­ritu Santo.

A medida que pasaba el tiempo, diferentes lugares tenƭan diferentes declaraciones de credos, todos profesando la misma fe, pero usando diferentes formas y expresiones, con diferentes grados de detalle y Ʃnfasis. Estas formas de credos generalmente se volvieron mƔs detalladas y elaboradas en aquellas Ɣreas donde habƭan surgido preguntas sobre la fe y se habƭan desarrollado herejƭas.

En el siglo IV se desarrollĆ³ una gran controversia en la cristiandad acerca de la naturaleza del Hijo de Dios (tambiĆ©n llamado en las Escrituras el Verbo o Logos ). Algunos dijeron que el Hijo de Dios es una criatura como todo lo demĆ”s hecho por Dios. Otros sostuvieron que el Hijo de Dios es eterno, divino e increado. Muchos concilios se reunieron e hicieron muchas declaraciones de fe sobre la naturaleza del Hijo de Dios. La controversia se extendiĆ³ por todo el mundo cristiano.

Fue la definiciĆ³n del concilio que convocĆ³ el emperador Constantino en la ciudad de Nicea en el aƱo 325 que fue finalmente aceptada por la Iglesia Ortodoxa como el SĆ­mbolo de Fe apropiado. Este concilio ahora se llama el primer concilio ecumĆ©nico, y esto es lo que dijo:

Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un SeƱor Jesucristo, el Hijo de Dios, el unigĆ©nito, engendrado del Padre antes de todos los siglos. Luz de luz; verdadero Dios de verdadero Dios; engendrado, no creado; de una esencia con el Padre, por quien todas las cosas fueron hechas; quien por nosotros los hombres y por nuestra salvaciĆ³n descendiĆ³ del cielo, y se encarnĆ³ del EspĆ­ritu Santo y de la Virgen MarĆ­a, y se hizo hombre. Y fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato, y padeciĆ³ y fue sepultado. Y resucitĆ³ al tercer dĆ­a, segĆŗn las Escrituras; y subiĆ³ al cielo, y estĆ” sentado a la diestra del Padre; y vendrĆ” otra vez con gloria para juzgar a vivos y muertos; cuyo Reino no tendrĆ” fin.

DespuĆ©s de la controversia sobre el Hijo de Dios, la Palabra Divina, y esencialmente relacionada con ella, estaba la disputa sobre el EspĆ­ritu Santo. La siguiente definiciĆ³n del Concilio de Constantinopla en 381, que ha llegado a conocerse como el segundo concilio ecumĆ©nico, se agregĆ³ a la declaraciĆ³n de Nicea:

Y [creemos] en el EspĆ­ritu Santo, el SeƱor, el Dador de vida, que procede del Padre; quien con el Padre y el Hijo juntos es adorado y glorificado; que hablĆ³ por los profetas. En una Iglesia Santa, CatĆ³lica y ApostĆ³lica. Reconozco un bautismo para la remisiĆ³n de los pecados. Espero la resurrecciĆ³n de los muertos y la vida del mundo venidero. AmĆ©n.

Todo este SĆ­mbolo de la fe fue adoptado finalmente en toda la Iglesia. Se puso en la forma de primera persona "Yo creo" y se usĆ³ para la confesiĆ³n de fe formal y oficial hecha por una persona (o su padrino-padrino) en su bautismo. TambiĆ©n se utiliza como declaraciĆ³n formal de fe por parte de un cristiano no ortodoxo que ingresa a la comuniĆ³n de la Iglesia Ortodoxa. De la misma manera, el credo se convirtiĆ³ en parte de la vida de los cristianos ortodoxos y en un elemento esencial de la Divina Liturgia de la Iglesia Ortodoxa en la que cada persona acepta y renueva formal y oficialmente su bautismo y membresĆ­a en la Iglesia. Por lo tanto, el SĆ­mbolo de la fe es la Ćŗnica parte de la liturgia (repetida en otra forma justo antes de la Sagrada ComuniĆ³n) que es en primera persona. Todos los demĆ”s cantos y oraciones de la liturgia son en plural, comenzando con "nosotros". SĆ³lo la declaraciĆ³n del credo comienza con "yo". Esto, como veremos, se debe a que la fe es primero personal, y solo luego corporativa y comunitaria.

Ser un cristiano ortodoxo es afirmar la fe cristiana ortodoxa, no solo las palabras, sino el significado esencial del sĆ­mbolo de fe niceno-constantinopolitano. Significa tambiĆ©n afirmar todo lo que esta declaraciĆ³n implica, y todo lo que se ha desarrollado expresamente a partir de ella y se ha construido sobre ella en la historia de la Iglesia Ortodoxa a lo largo de los siglos hasta nuestros dĆ­as.

El Reino celestial

El Reino celestial

CieloĀ es el lugar del trono de Dios mĆ”s allĆ” del tiempo y el espacio. Es la morada de los Ć”ngeles de Dios, asĆ­ como de los santos que han pasado de esta vida. Oramos: "Padre nuestro, que estĆ”s en los cielos ...". Aunque los cristianos viven en este mundo, pertenecen al Reino de los Cielos, y ese Reino es su verdadero hogar.
Pero el cielo no es solo para el futuro. Tampoco es un lugar distante a miles de millones de aƱos luz de distancia en un nebuloso "gran mƔs allƔ". Para los ortodoxos, el cielo es parte de la vida y el culto cristianos. La propia arquitectura de un edificio de iglesia ortodoxa estƔ diseƱada para que el edificio en sƭ participe de la realidad del cielo. La Eucaristƭa es el culto celestial, el cielo en la tierra. San Pablo enseƱa que somos resucitados con Cristo en los lugares celestiales (Efesios 2: 6), "conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios" (Efesios 2:19). Al final de la era, se revelarƔn un cielo nuevo y una tierra nueva (Apocalipsis 21: 1).

ayuno, la puerta al tesoro espiritual

ayuno, la puerta al tesoro espiritual

El ayuno posee un gran poder y produce cosas gloriosas. Ayunar es banquetear con Ɣngeles.
+ St. Atanasio el Grande

El ayuno es una lucha espiritual importante que nos lleva al Reino de Dios. Combinado con una mayor oraciĆ³n y limosna, el ayuno nos ayuda a decir "no" a los deseos corporales para decir "sĆ­" a las riquezas espirituales de las virtudes de Cristo. San SerafĆ­n de Sarov escribe:

El ayuno, la oraciĆ³n, la limosna y cualquier otra buena acciĆ³n cristiana es buena en sĆ­ misma, pero el propĆ³sito de la vida cristiana consiste no solo en el cumplimiento de una u otra de ellas. El verdadero propĆ³sito de nuestra vida cristiana es la adquisiciĆ³n del EspĆ­ritu Santo de Dios. 1

Hay dos categorĆ­as bĆ”sicas de ayuno dentro de la Iglesia: el ayuno ascĆ©tico y el ayuno eucarĆ­stico. El ayuno ascĆ©tico se refiere a los dĆ­as y estaciones prescritos durante el aƱo en los que nos abstenemos de consumir toda carne, productos cĆ”rnicos, lĆ”cteos, pescado, aceite de oliva y bebidas alcohĆ³licas. El ayuno eucarĆ­stico o de comuniĆ³n se refiere al perĆ­odo de tiempo en el que nos abstenemos de toda comida y bebida despuĆ©s de la medianoche antes de recibir la Sagrada ComuniĆ³n al dĆ­a siguiente. Es muy importante que todas las reglas del ayuno se desarrollen y sigan bajo la direcciĆ³n de un mĆ©dico o dietista ortodoxo que sea bendecido por el pĆ”rroco. En ciertas circunstancias, puede relajar las pautas tradicionales de ayuno a su discreciĆ³n debido a problemas de salud, niƱos muy pequeƱos, mujeres embarazadas o madres lactantes.

San Juan Casiano (+435), un santo monĆ”stico conocido por sus escritos sobre la vida monĆ”stica, describiĆ³ la diferencia entre comer para satisfacer las necesidades de la vida y la autocomplacencia. Si bien sus escritos fueron especĆ­ficamente para monjes, tambiĆ©n son Ćŗtiles para los fieles en todos los Ć”mbitos de la vida. El escribe,

Una regla clara para el autocontrol transmitida por los Padres es la siguiente: deje de comer cuando todavĆ­a tenga hambre y no continĆŗe hasta que estĆ© satisfecho.

Cuando el ApĆ³stol dijo: "No hagĆ”is provisiĆ³n para satisfacer los deseos de la carne" (Rom. 13:14), no nos prohibiĆ³ que proveamos para las necesidades de la vida; nos estaba advirtiendo contra la autocomplacencia. AdemĆ”s, la abstinencia de alimentos por sĆ­ sola no contribuye a la perfecta pureza del alma a menos que las otras virtudes tambiĆ©n estĆ©n activas. La humildad, por ejemplo, practicada a travĆ©s de la obediencia en nuestro trabajo y a travĆ©s de las dificultades corporales, es de gran ayuda. Si evitamos la avaricia no solo por no tener dinero, sino tambiĆ©n por no querer tenerlo, esto nos lleva a la pureza de alma. Liberarse de la ira, del abatimiento, la autoestima y el orgullo tambiĆ©n contribuye a la pureza del alma en general, mientras que el autocontrol y el ayuno son especialmente importantes para lograr esa pureza especĆ­fica del alma que proviene de la moderaciĆ³n y la moderaciĆ³n.

Nadie que tenga el estĆ³mago lleno puede luchar mentalmente contra el demonio de la falta de castidad. Por lo tanto, nuestra lucha inicial debe ser ganar el control de nuestro estĆ³mago y someter nuestro cuerpo no solo a travĆ©s del ayuno sino tambiĆ©n a travĆ©s de vigilias, labores y lectura espiritual, y concentrando nuestro corazĆ³n en el miedo al Gehena y en el anhelo del reino de los cielos. . 2

San Juan nos ofrece una visiĆ³n de una relaciĆ³n correctamente ordenada con la comida.

ā— Consuma suficientes alimentos para llevar una vida saludable.

ā— Practique el autocontrol para no comer en exceso y volverse fĆ­sica y espiritualmente letĆ”rgico.

ā— Ā”Combine el ayuno con la oraciĆ³n, la limosna, la lectura espiritual, el recuerdo de la muerte y el juicio venidero, y el deseo del reino de los cielos!

Como la Santa Iglesia Ortodoxa reconoce a nuestra persona humana como un ser integrado de alma y cuerpo, hecho a imagen y semejanza de nuestro Creador, no deberƭa sorprendernos que el ayuno no solo sea un ejercicio espiritualmente provechoso sino tambiƩn fƭsicamente fructƭfero. uno. Por el contrario, descuidar las prƔcticas ascƩticas prescritas por la Iglesia no solo puede tener un costo espiritual, sino tambiƩn fƭsico. Elegir ingredientes saludables para nuestras comidas que sirvan para mantener la vida y limitar nuestra ingesta de alimentos, para no ponernos en mayor riesgo de obesidad, enfermedades cardƭacas e incluso cƔncer, son formas importantes en las que mantenemos un cuerpo saludable para servir al SeƱor. .

En 2003, se realizĆ³ un estudio de ciento veinte adultos ortodoxos orientales durante un aƱo. Sesenta ayunaron regularmente (ayunos) de acuerdo con las pautas de la Iglesia Ortodoxa, y los otros sesenta no ayunaron (controles) durante todo el aƱo.

Resultados

Se encontraron diferencias estadĆ­sticamente significativas en el colesterol total y LDL al final del ayuno en los ayunadores. Los mĆ”s ayunos en comparaciĆ³n con los controles presentaron un 12,5% menos de colesterol final total (p <0,001), un 15,9% menos de colesterol LDL final (p <0,001) y un 1,5% menos de IMC final (p <0,001). El cociente final de LDL / HDL fue menor en los ayunadores (6,5%, p <0,05) mientras que el cambio en el colesterol final de HDL en los ayunadores (disminuciĆ³n del 4,6%) no fue significativo. Se encontraron resultados similares cuando se compararon los valores de ayuno antes y despuĆ©s del ayuno. No se encontraron cambios en los sujetos de control.

Conclusiones

La adherencia a los perĆ­odos de ayuno ortodoxo oriental contribuye a una reducciĆ³n en el perfil de lĆ­pidos en sangre, incluida una reducciĆ³n no significativa del colesterol HDL y un posible impacto sobre la obesidad. 3

Reconociendo aĆŗn mĆ”s la integraciĆ³n natural de todas las esferas de la persona humana, debemos ser conscientes de que un cuerpo descuidado, que a menudo se manifiesta como un consumo alto de calorĆ­as o de productos desaconsejados, puede no solo contribuir a las dolencias fĆ­sicas, sino que tambiĆ©n se han producido problemas de salud relacionados. asociado con la angustia psicolĆ³gica y la depresiĆ³n. Aunque estas relaciones no se comprenden bien, parecen existir. Si bien la compleja interacciĆ³n de las condiciones humanas que surgen en la caĆ­da parece esquiva para el hombre, debemos recordar que la Iglesia sigue siendo el hospital en el que se puede encontrar la cura eterna. Dicho esto, la comprensiĆ³n y aplicaciĆ³n inadecuadas de Sus prĆ”cticas ascĆ©ticas tambiĆ©n pueden ser perjudiciales.

Una tentaciĆ³n que surge con frecuencia durante las temporadas de ayuno es comer alimentos altamente procesados ā€‹ā€‹que, si bien se adhieren a las pautas de ayuno, estĆ”n llenos de ingredientes no saludables. Es importante recordar que cuando ayunamos, lo hacemos comiendo menos y mĆ”s simplemente en ingredientes. Cuando pasamos tanto tiempo inventando comidas sustitutivas que son tan sabrosas que nuestros estĆ³magos no se dan cuenta de que estamos ayunando, estamos saboteando nuestro ayuno y robĆ”ndonos el fruto espiritual de nuestro trabajo.

Rita Madden, una cristiana ortodoxa y dietista y nutricionista registrada (RDN) y autora de Food, Faith and Fasting, escribe:

Muchos alimentos altamente procesados ā€‹ā€‹contienen ingredientes artificiales como: colorantes alimentarios, edulcorantes y aditivos / conservantes. Estos alimentos artificiales pueden ser perjudiciales para la salud. Puede ser fĆ”cil elegir muchas de estas sustancias similares a los alimentos cuando no estamos en ayunas, pero aĆŗn mĆ”s cuando estamos en ayunas. Necesitamos ceƱirnos a los alimentos bĆ”sicos reales que la iglesia describe como nuestras opciones de alimentos en ayunas porque, como advierte Saint Paisios, ā€œHoy en dĆ­a la gente hace negocios ilĆ­citos y engaƱosos. Sin embargo, no deben falsificar sustancias alimenticias, porque se convierten en la causa de daƱar la salud de las personas ā€.

La ciencia moderna demuestra que muchos de estos artĆ­culos similares a alimentos creados artificialmente estĆ”n afectando nuestra salud. San SerafĆ­n de Sarov enseĆ±Ć³ que: ā€œTodos los dĆ­as uno debe participar de la comida suficiente para permitir que el cuerpo, al estar fortalecido, sea amigo y ayudante del alma en la realizaciĆ³n de las virtudes. De lo contrario, con el cuerpo exhausto, el alma tambiĆ©n puede debilitarse ". Una palabra clave en esta enseƱanza, y especialmente cuando se trata de nuestros dĆ­as de ayuno, se fortalece. Cuando ayunamos, debemos elegir alimentos de calidad real que nos brinden la nutriciĆ³n que necesitamos y que se ajusten a las pautas de nuestra Sagrada TradiciĆ³n Ortodoxa. Los alimentos recetados tienen los nutrientes que nuestro cuerpo necesita, pero estĆ”n libres de ingredientes sintĆ©ticos daƱinos. Para ilustrar: la mantequilla estĆ” fuera cuando ayunamos, por lo que elegimos margarina en su lugar, y la mitad y la mitad no se consume, por lo que elegimos Coffee Mate. Pero tanto la margarina como el Coffee Mate son perjudiciales para nuestra salud; mientras que cuando la mantequilla y la mitad y la mitad se consumen como parte de una dieta equilibrada, pueden ser opciones de alimentos que proporcionen al cuerpo algo de la nutriciĆ³n que necesita. AdemĆ”s, no queremos perdernos el propĆ³sito del ayuno porque siempre tenemos un recambio. Esto minimiza la esencia del ayuno ya que lo que sucede es durante el perĆ­odo de ayuno, simplemente elegimos otras opciones satisfactorias en lugar de permitirnos sentir un hambre fĆ­sica. Esta hambre fĆ­sica es pertinente para recordarnos que nuestra verdadera comida es Cristo y nuestra verdadera hambre es por Ɖl. Cuando elegimos decir no a ciertos alimentos y dejar de lado el ā€œjuego de reemplazoā€, elegimos renunciar a nuestra propia voluntad y utilizar la disciplina del ayuno para poner la voluntad de Dios en primer lugar en nuestra vida. mientras que cuando la mantequilla y la mitad y la mitad se consumen como parte de una dieta equilibrada, pueden ser opciones de alimentos que proporcionen al cuerpo algo de la nutriciĆ³n que necesita. AdemĆ”s, no queremos perdernos el propĆ³sito del ayuno porque siempre tenemos un recambio. Esto minimiza la esencia del ayuno ya que lo que sucede es durante el perĆ­odo de ayuno, simplemente elegimos otras opciones satisfactorias en lugar de permitirnos sentir un hambre fĆ­sica. Esta hambre fĆ­sica es pertinente para recordarnos que nuestra verdadera comida es Cristo y nuestra verdadera hambre es por Ɖl. Cuando elegimos decir no a ciertos alimentos y dejar de lado el ā€œjuego de reemplazoā€, elegimos renunciar a nuestra propia voluntad y utilizar la disciplina del ayuno para poner la voluntad de Dios en primer lugar en nuestra vida. mientras que cuando la mantequilla y la mitad y la mitad se consumen como parte de una dieta equilibrada, pueden ser opciones de alimentos que proporcionen al cuerpo algo de la nutriciĆ³n que necesita. AdemĆ”s, no queremos perdernos el propĆ³sito del ayuno porque siempre tenemos un recambio. Esto minimiza la esencia del ayuno ya que lo que sucede es durante el perĆ­odo de ayuno, simplemente elegimos otras opciones satisfactorias en lugar de permitirnos sentir un hambre fĆ­sica. Esta hambre fĆ­sica es pertinente para recordarnos que nuestra verdadera comida es Cristo y nuestra verdadera hambre es por Ɖl. Cuando elegimos decir no a ciertos alimentos y dejar de lado el ā€œjuego de reemplazoā€, elegimos renunciar a nuestra propia voluntad y utilizar la disciplina del ayuno para poner la voluntad de Dios en primer lugar en nuestra vida.

La Iglesia siempre ha dispensado del ayuno cuando se trata de: enfermedades especĆ­ficas, los muy jĆ³venes y ancianos, las mujeres embarazadas y las madres lactantes. SĆ­, los niƱos estĆ”n creciendo pero pueden hacer cierto nivel de ayuno. DĆ³nde se encuentra su familia en la disciplina del ayuno es lo que debe determinarse con su pĆ”rroco (o padre espiritual). Vivimos en una tierra de abundancia y cuando se hacen las elecciones correctas de alimentos, tanto los niƱos como los adultos pueden obtener los nutrientes que necesitan mientras dejan de lado los alimentos que no estĆ”n en ayunas durante un perĆ­odo de tiempo.

ā€‹Los niƱos pueden ayunar como una parte regular de la vida de la Iglesia con su familia, bajo la guĆ­a de un mĆ©dico o dietista ortodoxo que es bendecido por el pĆ”rroco. En muchas parroquias, los niƱos comienzan a observar el ayuno eucarĆ­stico o de comuniĆ³n entre las edades de 6 y 8 aƱos. Con la instrucciĆ³n amorosa y el cuidado de sus padres, los niƱos pueden entender por quĆ© ayunamos y aprender a abrazar el ayuno con su familia y comunidad parroquial. Es muy importante que los padres sean buenos modelos a seguir para sus hijos al ayunar con gozo por amor a Dios y el deseo de crecer a su semejanza. La lectura de ejemplos de las Sagradas Escrituras y la vida de los santos tambiĆ©n son formas importantes de ayudar a los niƱos a comprender y abrazar el ayuno.

San Porfirios, en Heridos de amor, describe el importante papel de los padres en la formaciĆ³n del amor de sus hijos por Dios y la formaciĆ³n de prĆ”cticas ascĆ©ticas. El escribe,

Lo que salva y hace buenos hijos es la vida de los padres en el hogar. Los padres necesitan dedicarse al amor de Dios. Necesitan convertirse en santos en su relaciĆ³n con sus hijos a travĆ©s de su apacibilidad, oraciĆ³n y amor. Necesitan empezar de nuevo cada dĆ­a, con una nueva perspectiva, un entusiasmo renovado y amor por sus hijos. Y el gozo que les llegarĆ”, la santidad que los visitarĆ”, derramarĆ” gracia sobre sus hijos. 4

De esta manera, los niƱos llegan a comprender la vida plena de la Iglesia y su participaciĆ³n en ella, motivados por el deseo amoroso de convertirse en santos. San Basilio escribe:

El ayuno protege a los niƱos, castiga a los jĆ³venes, hace venerables a las personas mayoresā€¦. Si todos tomaran el ayuno como consejero de sus acciones, nada impedirĆ­a que una paz profunda se extendiera por todo el mundo. 5

Seamos niƱos o adultos, no debemos descuidar, bajo la guƭa de nuestro sacerdote o padre espiritual, las prƔcticas de ayuno de la Iglesia. Como nos recuerda San Antonio el Grande,

No descuides el ayuno; constituye una imitaciĆ³n del estilo de vida de Cristo.

Esta vida en Cristo es de hecho el camino de regreso a la uniĆ³n con Dios que se perdiĆ³ trĆ”gicamente en la caĆ­da. En este sentido, no debemos acercarnos a nuestro ayuno con el ceƱo fruncido. Al recordar lo que se perdiĆ³ en la caĆ­da, la misma integridad del hombre, podemos mirar hacia atrĆ”s y mirar hacia adelante a la plenitud de vida restaurada que aguarda a quienes la buscan. Por lo tanto, el ayuno no es solo una muestra de lo que fue, sino un anticipo de lo que estĆ” por venir. Esta prĆ”ctica nos recuerda que, si bien todas las cosas son posibles, solo una es necesaria. Es en este contexto que prestamos atenciĆ³n a las siguientes palabras de San TeĆ³fano el Recluso, donde instruye,

El ayuno parece lĆŗgubre hasta que uno entra en su campo. Pero comienza y verĆ”s quĆ© luz trae despuĆ©s de las tinieblas, quĆ© liberaciĆ³n de ataduras, quĆ© liberaciĆ³n despuĆ©s de una vida pesada.

Iconos

Iconos

La primera vez que invitĆ© a un amigo protestante en particular a entrar en una iglesia ortodoxa, mirĆ³ a su alrededor muy lentamente, con cuidado, con cautela. "Es bonito", dijo, "pero Āæno advierte la Biblia contra las imĆ”genes esculpidas?"

Su referencia, por supuesto, fue a los Ć­conos, imĆ”genes pintadas de Jesucristo y sus seguidores que, a lo largo de los siglos de nuestra historia como Iglesia, han sido retratados a la vista de todos. ĀæTenĆ­a razĆ³n en su preocupaciĆ³n?

Esa Iglesia en particular, como la mayorĆ­a de las iglesias ortodoxas, era muy hermosa. Y la Biblia, especĆ­ficamente la ley del Antiguo Testamento, dice: "No tendrĆ”s imĆ”genes esculpidas" (Ɖxodo 20: 4, KJV). Entonces, la pregunta es, Āæesos Ć­conos, esas pinturas que representan a Cristo, su Madre, los santos y eventos bĆ­blicos especiales, entran en la categorĆ­a de imĆ”genes esculpidas?

La historia de los iconos y de su uso en la Iglesia ortodoxa no solo es fascinante sino instructiva. No son nada nuevo. Tampoco fueron inventados por una Iglesia medieval apĆ³stata. El uso de representaciones para la instrucciĆ³n y como ayudas a la piedad se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, y es probable que estuvieran allĆ­ de alguna forma desde el principio. Ciertamente sabemos que incluso en el Israel de mentalidad legal, las pinturas y otras representaciones artĆ­sticas utilizadas para ayudar a la gente a recordar la verdad espiritual no eran en absoluto desconocidas.

Tanto en el tabernĆ”culo como en los templos posteriores se usaron imĆ”genes, especialmente de querubines. Y una sinagoga recientemente descubierta de los Ćŗltimos siglos antes de Cristo tiene pinturas de escenas bĆ­blicas en sus paredes.

Los parƔmetros bƭblicos
Pero, Āæfue esto hecho contrario al mandato de Dios? Mire Ɖxodo 26: 1. En los mandamientos de Dios a MoisĆ©s acerca del tabernĆ”culo, dados solo unos pocos capĆ­tulos despuĆ©s de la entrega de los Diez Mandamientos, se encuentra esta instrucciĆ³n: "HarĆ”s ademĆ”s el tabernĆ”culo con diez cortinas tejidas de hilo fino de lino, e hilados azul, pĆŗrpura y escarlata; con dibujos artĆ­sticos de querubines los tejerĆ”s ".

Un mandato similar con respecto al Arca de la Alianza instruyĆ³ a MoisĆ©s a tener dos querubines de oro martillado en los extremos del propiciatorio. Dios dijo: "Y allĆ­ me encontrarĆ© con ustedes, y les hablarĆ© desde arriba del propiciatorio, de entre los dos querubines que estĆ”n sobre el arca del testimonio, de todas las cosas que les darĆ© por mandamiento a la hijos de Israel "(Ɖxodo 25:22). AquĆ­ hay imĆ”genes directamente conectadas con la presencia de Dios y ordenadas por Ɖl.

Desde los primeros aƱos de la Iglesia, los cristianos utilizaron sƭmbolos como la cruz, el pez, el pavo real, el pastor y la paloma. Y las tumbas y catacumbas de los primeros cristianos tienen pinturas que son representaciones de escenas bƭblicas.

Por ejemplo, el historiador de la Iglesia del siglo IV, Eusebio, nos dice que fuera de la casa de la mujer en los Evangelios con una hemorragia curada por Cristo habĆ­a "una estatua de bronce de una mujer, descansando sobre una rodilla y parecida a un suplicante con los brazos extendidos. era otro del mismo material, una figura erguida de un hombre con una capa doble cuidadosamente envuelta sobre sus hombros y su mano extendida hacia la mujer ".

Eusebio continĆŗa diciendo: "Esta estatua, que se decĆ­a que se parecĆ­a a los rasgos de JesĆŗs, todavĆ­a estaba allĆ­ en mi propio tiempo, de modo que la vi con mis propios ojos" (Historia de la Iglesia, Libro 7, CapĆ­tulo 18). Nos dice ademĆ”s que se habĆ­an conservado los retratos del Salvador y de Pedro y Pablo, y que Ć©l tambiĆ©n los habĆ­a examinado con sus propios ojos.

En ese mismo siglo, el cĆ©lebre obispo y teĆ³logo, San Gregorio de Nisa, relata sentirse profundamente conmovido por un icono del sacrificio de Isaac: "He visto una representaciĆ³n pintada de esta pasiĆ³n, y nunca he pasado sin derramar lĆ”grimas, porque el arte trae la historia vĆ­vidamente a los ojos ". Su amigo y contemporĆ”neo, san Gregorio Nacianceno, escribe sobre la persecuciĆ³n de los cristianos por parte del cruel emperador Juliano el ApĆ³stata: "Las imĆ”genes veneradas en lugares pĆŗblicos todavĆ­a tienen cicatrices de esa plaga". El testimonio de muchos otros grandes escritores de la Iglesia primitiva confirma la misma verdad. Los iconos fueron conocidos y venerados en los primeros siglos de la Iglesia.

EstĆ” bien. De modo que la Iglesia primitiva creĆ³ y poseyĆ³ imĆ”genes, o Ć­conos, como los llamamos en una transliteraciĆ³n de la palabra griega para imĆ”genes. Y los fieles cristianos los honraron o veneraron. Pero, Āæencaja esto con la advertencia bĆ­blica sobre las imĆ”genes?

El mandamiento en cuestiĆ³n es de los Diez Mandamientos: "No tendrĆ”s dioses ajenos delante de mĆ­. No te harĆ”s ninguna imagen tallada, ni semejanza alguna de nada que estĆ© arriba en el cielo, o abajo en la tierra, o que hay en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarĆ”s ante ellos ni les servirĆ”s, porque yo, el SeƱor tu Dios, soy un Dios celoso ā€(Ɖxodo 20: 3-5).

Tenga en cuenta que el contexto muestra que el tĆ©rmino "imagen esculpida" se usa para referirse a un Ć­dolo, una imagen creada para ser adorada como un dios. ĀæPodrĆ­a esto significar que hay en la Biblia dos clasificaciones de imagen: imĆ”genes verdaderas e imĆ”genes falsas? ĀæImĆ”genes apropiadas e imĆ”genes inapropiadas? Si es asĆ­, ĀæcĆ³mo distinguimos entre ellos?

Iconos y nuestra fe en Dios
Para responder a estas preguntas, repasemos por un momento lo que creemos acerca de Dios mismo. El venerable teĆ³logo del siglo VIII, San Juan de Damasco, defensor de la causa de los Ć­conos y del cristianismo ortodoxo, resume muy bien lo que los verdaderos cristianos de su Ć©poca creĆ­an acerca de Dios. Vea si no estĆ” de acuerdo.

"Creo en un Dios, la fuente de todas las cosas, sin principio, increado, inmortal e inexpugnable, eterno, eterno, incomprensible, incorpĆ³reo, invisible, no circunscrito, sin forma. Creo en un Ser superesencial, una Deidad mayor que nuestra concepciĆ³n de la divinidad, en tres personas: Padre, Hijo y EspĆ­ritu Santo, y solo lo adoro a Ɖl. Adoro a un Dios, una Deidad, pero adoro a tres personas: Dios Padre, Dios Hijo hecho carne y Dios EspĆ­ritu Santo , un solo Dios " (Sobre las imĆ”genes divinas, Crestwood, NY: St. Vladimir's Seminary Press, 1980, pĆ”gina 15).

Nada podrĆ­a ser mĆ”s sĆ³lido, mĆ”s bĆ­blico, mĆ”s cristiano, mĆ”s ortodoxo. Pero dada nuestra comprensiĆ³n de la Deidad, si Dios es invisible, como escribe San Juan, ĀæcĆ³mo podemos representar a Dios?

Escuche una vez mĆ”s a San Juan de Damasco: "Es obvio que cuando contemplas a Dios hecho hombre, entonces puedes representarlo vestido con forma humana. Cuando el invisible se vuelve visible para la carne, entonces puedes dibujar su semejanza. es incorpĆ³reo y sin forma, inconmensurable en la infinitud de Su propia naturaleza, existiendo en la forma de Dios, se vacĆ­a a SĆ­ mismo y toma la forma de un siervo en sustancia y estatura y se encuentra en un cuerpo de carne, entonces puedes dibujar Su imagen y muĆ©stresela a cualquiera que estĆ© dispuesto a mirarla " (Sobre las ImĆ”genes Divinas, pĆ”gina 18).

Me viene a la mente el viejo adagio chino, "Una imagen vale mĆ”s que mil palabras". Si usamos imĆ”genes de palabras para ilustrar nuestros sermones, ĀæquĆ© pasa con las imĆ”genes grĆ”ficas para ilustrar el evangelio de Cristo mismo? Esta es la sĆŗplica de San Juan: "Representan su maravillosa condescendencia, su nacimiento de la Virgen, su bautismo en el JordĆ”n, su transfiguraciĆ³n en el Tabor, sus sufrimientos que nos han liberado de la pasiĆ³n, su muerte, sus milagros que son signos de su naturaleza divina". , ya que por medio del poder divino Ɖl los hizo en la carne. Muestre su cruz salvadora, la tumba, la resurrecciĆ³n, la ascensiĆ³n a los cielos. Use todo tipo de dibujo, palabra o color " (Sobre las imĆ”genes divinas, pĆ”gina 18).

Ā”Absolutamente! Ā”Justo en el blanco! Es increĆ­blemente importante que a los cristianos se nos permita la libertad de representar la humanidad y la obra de Cristo, porque por Su encarnaciĆ³n Ɖl se revelĆ³ a SĆ­ mismo en y a travĆ©s de la creaciĆ³n material. Y se debe permitir que la creaciĆ³n material asĆ­ santificada lo revele.

A quien es debido el honor
Pero supongamos que me vieras arrodillado ante una serie de iconos de las escenas que describiĆ³ San Juan, orando a Cristo, tal vez incluso besando esos iconos. ĀæEntonces que? ĀæMe dedico a la adoraciĆ³n de Ć­dolos?

Porque aquĆ­, como ve, es donde nos encontramos con la razĆ³n crucial para tener Ć­conos en primer lugar. En la imagen vemos el Prototipo. Un icono de Cristo nos revela el Original. Y a travĆ©s de Ɖl, Ɖl nos enseĆ±Ć³, tambiĆ©n vislumbramos al Padre. Los iconos se convierten para nosotros en ventanas al cielo, revelando la gloria de Dios. Ā”El hecho es que los Ć­conos ayudan a protegernos de la idolatrĆ­a! Por tanto, nos postramos ante el icono de Cristo, viendo a travĆ©s de Ć©l a Ɖl y a Su Padre.

Estos iconos, estas ventanas, pueden verse como ofreciendo movimiento en dos direcciones. En una Iglesia Ortodoxa, los Ć­conos son para nosotros que adoramos un pasaje al Reino de Dios, pero tambiĆ©n traen una revelaciĆ³n, una manifestaciĆ³n de la hueste celestial invisible de Ć”ngeles, santos y mĆ”rtires, sĆ­, incluso los eventos eternos de salvaciĆ³n. nuestra presencia. La Iglesia se convierte en una verdadera avanzada del cielo en la tierra.

Esta veneraciĆ³n, dicho sea de paso, va acompaƱada de un rico precedente bĆ­blico. San Juan de Damasco nos recuerda que: "Abraham se inclinĆ³ ante los hijos de Hamor, hombres que no tenĆ­an ni fe ni conocimiento de Dios, cuando comprĆ³ la doble cueva destinada a convertirse en una tumba. Jacob se postrĆ³ en tierra ante EsaĆŗ, su hermano , y tambiĆ©n ante la punta del bastĆ³n de su hijo JosĆ©. Ɖl se inclinĆ³, pero no adorĆ³. JosuĆ©, el hijo de Nun, y Daniel se inclinaron en veneraciĆ³n ante un Ć”ngel de Dios, pero no lo adoraron " (En el ImĆ”genes divinas, pĆ”gina 19).

SabidurĆ­a. En esa afirmaciĆ³n perspicaz se encuentra una elecciĆ³n de palabras que marca la diferencia en el mundo para los cristianos ortodoxos cuando se trata del uso de iconos. Se hace una distinciĆ³n importante entre adoraciĆ³n o culto y honor o veneraciĆ³n. La adoraciĆ³n estĆ” reservada solo para Dios. El honor y la veneraciĆ³n se dan de manera mĆ”s amplia, un asunto completamente diferente.

Todos honramos y veneramos varios objetos, posiciones y personas, Ā”y eso en diferentes grados! En el Nuevo Testamento se les dice a los esposos y esposas que se honren mutuamente. Y tambiĆ©n los niƱos honran (Ā”esperamos!) A sus padres. En la escuela honramos a los maestros y directores. Honramos a profesores y cientĆ­ficos; gobernadores y miembros del congreso; senadores y jueces; presidentes y primeros ministros. "Lleve una carta al honorable seƱor Jones", puede decirle un hombre a su secretaria.

La palabra "venerar" es menos familiar hoy en dĆ­a, quizĆ”s porque veneramos menos que las generaciones anteriores. El verbo "venerar" significa mirar con respeto reverencial o con admiraciĆ³n. Le preguntĆ© a mi amigo cĆ³mo se sentĆ­a acerca de la Biblia. ĀæSentĆ­a mĆ”s respeto por Ć©l que por cualquier otro libro, digamos un diccionario o una novela? "SĆ­", dijo enfĆ”ticamente, "la Biblia es la palabra de Dios, por eso la respeto por encima de cualquier otro libro".

"Bueno, entonces", le preguntĆ©, "ĀædirĆ­a que venera la Biblia?" Ɖl pensĆ³ que era una palabra muy fuerte, pero cuando llegĆ³ al final, sĆ­, veneraba la Biblia.

"ĀæQuĆ© pasa entonces con su pastor", le preguntĆ©, "o alguna otra persona muy piadosa o espiritual que conozca? ĀæHay alguien asĆ­ a quien venera?" AllĆ­ no estaba seguro. Respetaba a su pastor ya algunos otros cristianos que conocĆ­a, los respetaba mucho, pero parecĆ­a que "venerar" era una palabra demasiado fuerte.

Aunque a los estadounidenses nos inquieta la veneraciĆ³n, muchos de nosotros todavĆ­a estamos dispuestos a venerar la Biblia y, sĆ­, algunos incluso saben lo que es venerar a un pastor sabio y piadoso oa un abuelo anciano. AsĆ­, de hecho, los cristianos ortodoxos veneran los iconos, honrĆ”ndolos y respetĆ”ndolos por lo que representan, por la historia que cuentan, por lo que revelan del cielo y de la gloria de Dios.

"Pero espera", dijo mi amigo, "si vas a adorar a Dios, Āæpor quĆ© no adoras a Dios?" Nuestra discusiĆ³n lo llevĆ³ a considerar lo que Ć©l considerarĆ­a el ambiente ideal para la adoraciĆ³n: cuatro paredes en blanco, sin decorar, de un color neutro pero agradable, y un pĆŗlpito. ĀæSerĆ­a tan severa desnudez para hablar de la presencia de un Dios vivo? Incluso las paredes desnudas son una imagen que habla de ausencia y vacĆ­o.

La forma en que uno adora, como ve, es una preocupaciĆ³n crucial para un cristiano. Y los iconos son fundamentales para el culto cristiano ortodoxo. No solo nos ayudan a ver la gloria de Dios, sino que algunos Ć­conos, como los de los santos, nos dan modelos santos a seguir como patrones para nuestra vida.

Nuestro ejemplo principal, por supuesto, es Cristo mismo, quien dijo: "Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros; como yo los he amado, que tambiĆ©n se amen los unos a los otros" (Juan 13:34). Y San Pablo escribiĆ³: "Sed, pues, seguidores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como tambiĆ©n Cristo nos amĆ³ y se entregĆ³ a sĆ­ mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante" (Efesios 5: 1, 2).

Pero el apĆ³stol Pablo incluso exhortĆ³ a sus lectores a seguirlo o imitarlo (1 Corintios 4:16; 11: 1; Filipenses 3:17; 4: 9). Y a lo largo de las edades de la Iglesia, los creyentes sensatos han visto que seguir a hombres y mujeres piadosos que han ido antes es una ayuda en el crecimiento personal hacia la imagen y semejanza de Dios. Cuando los cristianos ortodoxos honran un icono de uno de los santos inclinĆ”ndose ante Ć©l, besĆ”ndolo y rezando una oraciĆ³n ante Ć©l, estĆ”n atentos al ejemplo piadoso de ese santo y a seguir ese ejemplo.

La palabra se hace carne
La adoraciĆ³n ortodoxa se compone casi en su totalidad de lecturas de las Escrituras, oraciones e himnos. Y los movimientos que hacemos en relaciĆ³n con algunas de estas lecturas, oraciones e himnos, son movimientos que dirigen nuestra mirada y nuestra atenciĆ³n a ciertos iconos. Esta direcciĆ³n de nuestra atenciĆ³n a los iconos es fundamental para el propĆ³sito del culto cristiano ortodoxo: dirigirnos a Cristo, que nos dirige al Padre. DespuĆ©s de todo, esta es la razĆ³n por la que el Hijo y el Verbo de Dios se encarnaron. Como Ć©l mismo dijo: "El que cree en mĆ­, no cree en mĆ­, sino en el que me enviĆ³. Y el que me ve, ve al que me enviĆ³" (Juan 12:44, 45).

JesĆŗs, el Hijo y Verbo de Dios, se hizo hombre para que fuĆ©ramos atraĆ­dos al Padre, pudiĆ©ramos verlo y conocerlo. Al encarnarse, uniĆ³ la materia creada, la humanidad, a SĆ­ mismo, uniendo a Dios y la humanidad en Su Persona para que podamos conocer al Padre. En ese mismo acto, santificĆ³ la materia y la usĆ³, su misma humanidad, para unirnos a Dios. En Cristo, por tanto, lo increado se uniĆ³ a lo creado, la creaciĆ³n al Creador, para llevarnos a Dios.

Por lo tanto, los Ć­conos (junto con las lecturas de las Escrituras, las oraciones y los himnos) nos ayudan a adorar a Dios, nos ayudan a crecer a imagen y semejanza de Dios. Aunque visible y material, su contenido, teologĆ­a en color, nos ayuda a ver y conocer lo invisible y lo espiritual.

Todos sabemos que el nacimiento de Cristo es una celebraciĆ³n de gozo, porque Dios el Hijo se complaciĆ³ en nacer como un bebĆ©. Construyamos en nuestras mentes la imagen de Ɖl, envuelto en paƱales, acostado en una cueva de pesebre, con la luz divina iluminando la oscuridad de esa cueva. AsĆ­, la boca negra de la cueva es el mundo caĆ­do, bajo la sombra de la muerte, pero iluminado por el "Sol de Justicia" que ahora amaneciĆ³.

TambiĆ©n vemos a la Virgen Madre junto a su Hijo, descansando sobre esa cama estilo hamaca que usaban los judĆ­os de ese dĆ­a en sus viajes. Pero nuestra imagen, al ser la del icono tradicional, mostrarĆ” mucho mĆ”s. Como nos dicen los Evangelios, toda la humanidad estĆ” llamada a presenciar el evento. Los pastores en las colinas en la parte superior derecha de nuestra escena representan a la gente comĆŗn y humilde de este mundo. Desde el centro-izquierda se acercan los Reyes Magos que representan a los sabios y eruditos. Arriba, una multitud de Ć”ngeles anuncia el bendito evento a la humanidad. En el centro, la estrella brilla hacia abajo, centrando sus rayos sobre la cueva estable.

Varios otros eventos se presentan simultĆ”neamente en el frente inferior de nuestra escena: A la izquierda, JosĆ© se sienta reflexionando dolorosamente, mientras que el diablo, disfrazado de pastor viejo y encorvado, susurra nuevas dudas y sospechas en su oĆ­do. En la esquina de la extrema derecha, se puede ver a dos mujeres baƱando al Cristo reciĆ©n nacido, lo que significa la realidad de su humanidad. AsĆ­, nuestro icono representa a JesĆŗs dos veces.

TambiƩn en el frente, frente a JosƩ, hay un Ɣrbol, incluido por derecho propio como una ofrenda a Cristo, pero ademƔs, para cumplir las palabras del profeta Isaƭas, "SaldrƔ una vara del tronco de Isaƭ, y un vƔstago brotarƔ de sus raƭces "(Isaƭas 11: 1).

Dentro de la cueva, el bebƩ yace custodiado por un buey y un burro, cumpliendo nuevamente las palabras de Isaƭas: "El buey conoce a su dueƱo y el burro el pesebre de su amo" (Isaƭas 1: 3).

La descripciĆ³n escrita de esta escena ha requerido muchas palabras. Pero un icono trae al sentido visual la escena completa, inundando nuestras mentes y corazones con la gloria del momento de la EncarnaciĆ³n, junto con sus mĆŗltiples implicaciones. En el culto ortodoxo, esta teologĆ­a visual se recibe junto con todo lo que se escucha, se dice y se canta, para llenar todo nuestro ser de maravilla y de la gloria de Dios.

Junto con los himnos, las Escrituras y las oraciones, la teologĆ­a en color transmitida por los Ć­conos al corazĆ³n receptivo ayuda a llevar al adorador a la misma presencia de Dios para adorarlo y conocerlo. Porque es todo el ser, todo el "yo" o "tĆŗ", el que adora, no sĆ³lo un aspecto etĆ©reo llamado alma. Los cristianos no somos, despuĆ©s de todo, dualistas gnĆ³sticos que consideran nuestra parte espiritual digna de Dios y el cuerpo una parte menor o indigna. Por lo tanto, la adoraciĆ³n ortodoxa involucra al cuerpo con todos sus sentidos en la adoraciĆ³n.

Iconos imĆ”genes falsas? Ā”Oh no! Porque no imaginamos lo invisible y no adoramos al icono. De hecho, son imĆ”genes verdaderas, seguras dentro de los lĆ­mites de la tradiciĆ³n bĆ­blica que rodea a la adoraciĆ³n verdadera. Involucran al ojo humano en la adoraciĆ³n y adoraciĆ³n de Dios. San Juan de Damasco resume el balance:

"No adoro a la creaciĆ³n mĆ”s que al Creador, pero adoro al que se hizo criatura, al que se formĆ³ como yo, al que se vistiĆ³ de creaciĆ³n sin debilitarse ni apartarse de su divinidad, para elevar en gloria nuestra naturaleza. y haznos partĆ­cipes de su naturaleza divina.

"Por tanto, dibujo con valentĆ­a una imagen del Dios invisible, no como invisible, sino como si se hubiera hecho visible por nuestro bien al participar de la carne y la sangre. No dibujo una imagen de la Deidad inmortal, pero pinto la imagen de Dios que se hizo visible en la carne, porque si es imposible hacer una representaciĆ³n de un espĆ­ritu, ĀæcuĆ”nto mĆ”s imposible es representar al Dios que da vida al espĆ­ritu? " (Sobre las imĆ”genes divinas, pĆ”ginas 15, 16).

Toda la Iglesia dice "Ā”Sƍ!"
En 787 d.C., el liderazgo de toda la Iglesia cristiana convocĆ³ lo que se llama el SĆ©ptimo Concilio EcumĆ©nico. DespuĆ©s de un examen minucioso y extenso de las Sagradas Escrituras y una consideraciĆ³n de la tradiciĆ³n relacionada con la fabricaciĆ³n y el uso de iconos, este organismo decretĆ³:

"Nosotros, por lo tanto, siguiendo el camino real y la autoridad divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y las tradiciones de la Iglesia (porque, como todos sabemos, el EspĆ­ritu Santo mora en ella), definimos con toda certeza y precisiĆ³n que al igual que la figura de la preciosa y vivificante Cruz, asĆ­ tambiĆ©n las venerables y santas imĆ”genes, tanto en pintura y mosaicos como de otros materiales adecuados, deben exponerse en las santas Iglesias de Dios, y en los vasos sagrados y en las vestiduras y colgaduras. y en cuadros tanto en las casas como al borde del camino, a saber, la figura de nuestro SeƱor Dios y Salvador Jesucristo, de nuestra SeƱora inmaculada, de los honorables Ć”ngeles, de todos los santos y de todas las personas piadosas.

"Porque con tanta mĆ”s frecuencia como se les ve en la representaciĆ³n artĆ­stica, con mucha mĆ”s facilidad la gente se eleva a la memoria de sus prototipos y al anhelo por ellos; y a Ć©stos se les debe dar el debido saludo y reverencia honorable, no el verdadero culto de la fe que pertenece Ćŗnicamente a la naturaleza divina; pero a Ć©stos, en cuanto a la figura de la preciosa y vivificante Cruz y al Libro de los Evangelios y a los demĆ”s objetos sagrados, se pueden utilizar incienso y luces. ofrecido segĆŗn las antiguas costumbres piadosas ".

Porque el honor que se paga a la imagen pasa a lo que la imagen representa, y el que venera la imagen venera en ella al sujeto representado. AsĆ­, el icono es una imagen fiel, una ventana al cielo y una luz que nos guĆ­a hasta allĆ­. En ese sentido, asume el mismo papel que la columna de fuego que guiĆ³ a Israel a travĆ©s del desierto hacia la Tierra Prometida y la estrella que llevĆ³ a los Reyes Magos a Cristo. El icono no pretende servir como fotografĆ­a de una escena terrestre. Tampoco despierta en nosotros simplemente el sentido de Ć©pocas pasadas. MĆ”s bien, el Ć­cono estĆ” ahĆ­ para llevar nuestros corazones al Rey de Reyes, a la brillante gloria de la Era Venidera.

El icono es una imagen sagrada, una puerta al cielo. Nos dice que nuestro SeƱor Jesucristo y Su gran nube de testigos estƔn presentes, a la mano, en lo alto, con nosotros. Por lo tanto, es indispensable para aquellos que buscan y desean sinceramente la plenitud del culto cristiano.

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IntroducciĆ³n a la Divina Liturgia

IntroducciĆ³n a la Divina Liturgia

La palabra liturgia significa trabajo comĆŗn o acciĆ³n comĆŗn. La Divina Liturgia es el trabajo comĆŗn de la Iglesia Ortodoxa. Es la acciĆ³n oficial de la Iglesia reunida formalmente como Pueblo elegido de Dios. La palabra iglesia, como recordamos, significa una reuniĆ³n o asamblea de personas especĆ­ficamente elegidas y llamadas aparte para realizar una tarea en particular.

La Divina Liturgia es la acciĆ³n comĆŗn de los cristianos ortodoxos reunidos oficialmente para constituir la Iglesia ortodoxa. Es la acciĆ³n de la Iglesia reunida por Dios para estar juntos en una comunidad para adorar, orar, cantar, escuchar la Palabra de Dios, ser instruida en los mandamientos de Dios, ofrecerse con acciĆ³n de gracias en Cristo a Dios Padre. , y tener la experiencia viva del reino eterno de Dios a travĆ©s de la comuniĆ³n con el mismo Cristo que estĆ” presente en su pueblo por el EspĆ­ritu Santo.

La Divina Liturgia siempre la realizan los cristianos ortodoxos en el dĆ­a del SeƱor, que es el domingo, el "dĆ­a despuĆ©s del sĆ”bado", que simboliza el primer dĆ­a de la creaciĆ³n y el Ćŗltimo dĆ­a, o como se llama en la Sagrada TradiciĆ³n, el octavo dĆ­a. - del Reino de Dios. Este es el dĆ­a de la resurrecciĆ³n de Cristo de entre los muertos, el dĆ­a del juicio y la victoria de Dios predicho por los profetas, el dĆ­a del SeƱor que inaugura la presencia y el poder del "reino por venir" ya ahora dentro de la vida de este presente. mundo.

La Iglesia tambiĆ©n celebra la Divina Liturgia en dĆ­as festivos especiales. Por lo general, se celebra a diario en los monasterios y en algunas grandes catedrales e iglesias parroquiales, con la excepciĆ³n de los dĆ­as de semana de la Gran Cuaresma, cuando no se sirve debido a su carĆ”cter pascual.

Como acciĆ³n comĆŗn del Pueblo de Dios, la Divina Liturgia puede celebrarse una sola vez en un dĆ­a cualquiera en una comunidad cristiana ortodoxa. Todos los miembros de la Iglesia deben reunirse con su pastor en un lugar a la vez. Esto incluye incluso a niƱos pequeƱos y bebĆ©s que participan plenamente en la comuniĆ³n de la liturgia desde el dĆ­a de su entrada en la Iglesia a travĆ©s del bautismo y la crismaciĆ³n. Siempre todos, siempre juntos. Esta es la expresiĆ³n tradicional de la Iglesia Ortodoxa sobre la Divina Liturgia.

Debido a su carĆ”cter comĆŗn, la Divina Liturgia nunca puede ser celebrada en privado por el clero solo. Puede que nunca se sirva solo para algunos y no para otros, sino para todos. Puede que nunca se sirva simplemente para algunos fines privados o para algunas intenciones especĆ­ficas o exclusivas. Por lo tanto, puede haber, y generalmente hay, peticiones especiales en la Divina Liturgia para los enfermos o los difuntos, o para algunos propĆ³sitos o proyectos muy particulares, pero nunca hay una Divina Liturgia que se realice exclusivamente para individuos privados o para propĆ³sitos especĆ­ficos aislados o intenciones. La Divina Liturgia es siempre "en nombre de todos y para todos".

Debido a que la Divina Liturgia no existe por otra razĆ³n que la de ser el acto oficial de oraciĆ³n, adoraciĆ³n, enseƱanza y comuniĆ³n de toda la Iglesia en el cielo y en la tierra que lo incluye todo, no puede considerarse simplemente como una devociĆ³n entre muchas, no incluso el mĆ”s alto o el mĆ”s grande. La Divina Liturgia no es un acto de piedad personal. No es un servicio de oraciĆ³n. No es simplemente uno de los sacramentos. La Divina Liturgia es el Ćŗnico sacramento comĆŗn del ser mismo de la Iglesia. Es la Ćŗnica manifestaciĆ³n sacramental de la esencia de la Iglesia como Comunidad de Dios en el cielo y en la tierra. Es la Ćŗnica revelaciĆ³n sacramental de la Iglesia como Cuerpo mĆ­stico y Esposa de Cristo.

Como acciĆ³n mĆ­stica central de toda la iglesia, la Divina Liturgia es siempre de espĆ­ritu resucitado. Siempre es la manifestaciĆ³n a su pueblo del Cristo Resucitado. Siempre es una efusiĆ³n del EspĆ­ritu creador de vida. Siempre es comuniĆ³n con Dios Padre. La Divina Liturgia, por tanto, nunca es lĆŗgubre ni penitencial. Nunca es la expresiĆ³n de la oscuridad y muerte de este mundo. Es siempre la expresiĆ³n y la experiencia de la vida eterna del Reino de la SantĆ­sima Trinidad.

La Divina Liturgia celebrada por la Iglesia Ortodoxa se llama Liturgia de San Juan CrisĆ³stomo. Es una liturgia mĆ”s corta que la llamada Liturgia de San Basilio el Grande que se usa solo diez veces durante el AƱo EclesiĆ”stico. Estas dos liturgias probablemente recibieron su forma actual despuĆ©s del siglo IX. No es el caso que fueron escritas exactamente como ahora representan los santos cuyos nombres llevan. Sin embargo, es bastante seguro que las oraciones eucarĆ­sticas de cada una de estas liturgias se formularon ya en los siglos IV y V, cuando estos santos vivĆ­an y trabajaban en la Iglesia.

La Divina Liturgia tiene dos partes principales. La primera parte es la reuniĆ³n, llamada sinaxis. Tiene su origen en las reuniones de la sinagoga del Antiguo Testamento, y se centra en el anuncio y la meditaciĆ³n de la Palabra de Dios. La segunda parte de la Divina Liturgia es el sacrificio eucarĆ­stico. Tiene su origen en el culto en el templo del Antiguo Testamento, los sacrificios sacerdotales del Pueblo de Dios; y en el evento salvĆ­fico central del Antiguo Testamento, la Pascua (Pascua).

En la Iglesia del Nuevo Testamento Jesucristo es la Palabra viva de Dios, y son los evangelios cristianos y los escritos apostĆ³licos los que se proclaman y meditan en la primera parte de la Divina Liturgia. Y en la Iglesia del Nuevo Testamento, el evento salvĆ­fico central es el Ćŗnico sacrificio perfecto, eterno y todo suficiente de Jesucristo, el gran Sumo Sacerdote que es tambiĆ©n el Cordero de Dios inmolado para la salvaciĆ³n del mundo, la Nueva Pascua. En la Divina Liturgia, los cristianos fieles participan en la ofrenda voluntaria de Cristo al Padre, realizada una vez por todas sobre la Cruz por el poder del EspĆ­ritu Santo. En ya travĆ©s de este sacrificio Ćŗnico de Cristo, los cristianos fieles reciben la Sagrada ComuniĆ³n con Dios.

Durante siglos fue la prĆ”ctica de la Iglesia admitir a todas las personas en la primera parte de la Divina Liturgia, mientras que la segunda parte se reservaba estrictamente para aquellos que estaban formalmente comprometidos con Cristo a travĆ©s del bautismo y la cristiandad en la Iglesia. A las personas no bautizadas no se les permitiĆ³ ni siquiera presenciar la ofrenda y la recepciĆ³n de la Sagrada ComuniĆ³n por parte de los cristianos fieles. AsĆ­, la primera parte de la Divina Liturgia pasĆ³ a llamarse Liturgia de los CatecĆŗmenos, es decir, la liturgia de los que recibĆ­an instrucciones en la fe cristiana para convertirse en miembros de la Iglesia mediante el bautismo y la crismaciĆ³n. TambiĆ©n llegĆ³ a llamarse, por razones obvias, la Liturgia de la Palabra. La segunda parte de la Divina Liturgia pasĆ³ a llamarse Liturgia de los Fieles.

Aunque es una prĆ”ctica general en la Iglesia Ortodoxa de hoy permitir que los cristianos no ortodoxos, e incluso los no cristianos, sean testigos de la Liturgia de los Fieles, sigue siendo una prĆ”ctica reservar la participaciĆ³n real en el sacramento de la Sagrada ComuniĆ³n solo a los miembros. de la Iglesia Ortodoxa que estĆ”n plenamente comprometidos con la vida y las enseƱanzas de la Fe Ortodoxa tal como la conserva, proclama y practica la Iglesia a lo largo de su historia.

Un hogar seguro en el cielo

Un hogar seguro en el cielo

La siguiente carta de una monja ortodoxa a un laico con problemas es un remedio cĆ”lido, sano y Ćŗtil para cualquiera que tenga dudas sobre la misericordia y la compasiĆ³n de Dios.

Querido P.,

Ā”Cristo ha resucitado!

Me alegrĆ© de que me llamaras este fin de semana y me hicieras saber cĆ³mo estĆ”s. Parece que tienes un caso bastante bueno de indigestiĆ³n calvinista-jansenista [1]: incĆ³moda y debilitante, pero no inevitablemente fatal. Muchos occidentales conversos a la ortodoxia (estadounidenses, alemanes, etc.) sufren de esto en un grado u otro, especialmente al principio de la vida espiritual. Nuestra gerondissa en St. Paul's lo llama la Enfermedad Medieval, una combinaciĆ³n de meticulosidad moralista, orgullo, secretismo, falta de fe en Dios y falta de fe en la compasiĆ³n de Dios. Lo hace a uno bastante triste, propenso a estallidos de esfuerzo ascĆ©tico mal considerados y de corta duraciĆ³n (a menudo sin alternar con estallidos igualmente mal considerados y de corta duraciĆ³n de distracciones carnales de un tipo u otro), a menudo melancĆ³lico, a menudo crĆ­tico.

Quienes tienen esta mentalidad tienden, por naturaleza o formaciĆ³n, a ver a Dios siempre como el Juez severo e insaciable, cuyo trato con el hombre siempre se basa en la ley y la justicia, y que nos exige un cumplimiento exacto de reglas y rĆŗbricas. Y nosotros, al cumplirlos, no esperamos ni creemos en la transfiguraciĆ³n y renovaciĆ³n de nuestras almas y mentes. En el mejor de los casos, esperamos que nuestro escrupuloso cumplimiento de la Ley induzca a Dios a pasar por alto nuestros defectos y pecados que nosotros, en el fondo de nuestro corazĆ³n, sentimos que permanecen siempre con nosotros, sin perdĆ³n, sin cambios e inmutables. En tal atmĆ³sfera, la vida espiritual de uno no es realmente un viaje hacia la comuniĆ³n con Dios a travĆ©s del arrepentimiento y la deificaciĆ³n, sino mĆ”s bien un triste pĆ©ndulo de esfuerzos para apaciguar a un Dios inescrutable e implacable. intercalados con los estallidos de resentimiento y frustraciĆ³n que esto nos provoca. Naturalmente, como ha observado, esto conduce a un colapso mental o al abandono de la participaciĆ³n en la vida de la iglesia, que llegamos a sentir que no "funciona" para nosotros. Esta no es una visiĆ³n ortodoxa de Dios. Y tener esta imagen falsa de Dios dificulta tener una experiencia ortodoxa de Dios.

Las personas nacidas en lo que queda del mundo bizantino no sufren esto tan fĆ”cilmente como nosotros. (Tienen otras cruces que llevar, por supuesto). Y a menos que lo hayan enfrentado al trabajar con occidentales, no siempre les resulta fĆ”cil de entender. Los griegos, por ejemplo, pueden ser hedonistas rebeldes, mundanos, egoĆ­stas, materialistas, avaros y astutos, pero tienen un optimismo y una confianza bĆ”sicos en la bondad de Dios, la belleza del mundo y su propio valor como personas inmortales, lo que hace el arrepentimiento menos complicado para ellos. Incluso si se han alejado de la Iglesia, en sus corazones todavĆ­a tienen un entendimiento fundamental de que Dios es un Padre amoroso, la Theotokos es una Madre paciente que acudirĆ” en su ayuda si se vuelven a ella, y el mundo de la creaciĆ³n es en Ćŗltima instancia, un lugar de significado y belleza.



El temible PantocrĆ”tor, mirando hacia abajo con majestuoso juicio desde lo alto de la cĆŗpula de la catedral de la ciudad, tambiĆ©n es Christouli mou, "mi pequeƱo Cristo", que realmente escucha cuando corres a la iglesia de tu vecindario camino al trabajo para llorar y iluminarte. una vela porque su hija tiene problemas en la escuela. La intocable y santĆ­sima Madre de Dios es tambiĆ©n Panayitsa mou, quien realmente tomarĆ” tu parte ante la corte de los cielos porque, al igual que tu propia mamĆ”, siempre defenderĆ” a sus hijos, no importa lo mal que lo hayan hecho. se comportĆ³.

Una vez, la policĆ­a perseguĆ­a a un hombre por haber cometido un asesinato. CorriĆ³ a nuestro monasterio, golpeĆ³ las puertas para que le dejaran entrar y reclamĆ³ santuario allĆ­. (SegĆŗn la ley griega, estarĆ­a a salvo mientras permaneciera dentro de los muros). LlorĆ³ hasta que lo dejaron entrar, y luego exigiĆ³ ver al P. R., diciendo que querĆ­a ir a confesarse. P. R. bajĆ³, lo llevĆ³ al catholicon y cerrĆ³ las puertas. Pronto llegĆ³ la policĆ­a, que lo rastreĆ³ y encontrĆ³ su automĆ³vil en el camino. TambiĆ©n golpearon las puertas para que trajeran al hombre. P. R. saliĆ³ de la iglesia, vistiendo su epitrachelion, y le dijo a la policĆ­a que no necesitaban esperar. El hombre estaba con Ć©l, pero tenĆ­a asuntos que terminar con Dios primero, y cuando terminaban, el hombre bajaba a la estaciĆ³n de policĆ­a y se entregaba. La policĆ­a preguntĆ³ quiĆ©n garantizarĆ­a la apariencia del hombre. "El apĆ³stol Pablo", el P. R. dijo. La policĆ­a se fue y, al cabo de un rato, el hombre saliĆ³ de la iglesia, tranquilo y con el semblante cambiado. Las hermanas le dieron de comer y Ć©l se marchĆ³ para entregarse. Fue juzgado, declarado culpable y sentenciado.

Esa es el alma cristiana de un hombre y una cultura en acciĆ³n. El hombre sabĆ­a que era culpable de un crimen ante la ley, pero tambiĆ©n sabĆ­a que su carga mĆ”s pesada era el pecado que pesaba sobre su alma. En lugar de suicidarse o tomar treinta rehenes en un centro comercial, corriĆ³ a la iglesia para ser lavado, vestido y alimentado, espiritual y fĆ­sicamente, antes de ir a hacer las paces con CĆ©sar. AceptĆ³ el castigo en este mundo con un corazĆ³n pacĆ­fico, sabiendo que ya estaba libre del castigo en el mundo venidero. De la misma manera, todo hombre herido por el pecado en un mundo caĆ­do, que corre en busca de la salvaciĆ³n a la Iglesia, encuentra los brazos de Cristo abiertos para Ć©l.

Ha visto por sĆ­ mismo que el tipo de pensamiento que menciona en su carta es loco y contraproducente. Dios no se sienta en el cielo, poniĆ©ndonos tareas imposibles que debemos realizar a cualquier costo, sin importar cuĆ”n inadecuadas sean para nuestra naturaleza y habilidades. Ɖl no envidia nuestros placeres inocentes, ni disfruta de nuestros fracasos o errores. La humildad no es odio a uno mismo, y el autorreproche no es una obsesiĆ³n neurĆ³tica de uno mismo. "Si hago algo que disfruto, definitivamente no es la voluntad de Dios ... Si me piden que haga algo que no tengo talento o deseo de hacer, esta es la voluntad de Dios ... siempre debo estar sufriendo". Ā”Una exposiciĆ³n clĆ”sica del manifiesto jansenista! Afortunadamente, no tiene nada que ver con Cristo ni con la vida en Cristo. EstĆ”s en el camino correcto cuando supones que la respuesta estĆ” en mirar a Cristo y seguir sus mandamientos.

"Amar al SeƱor tu Dios con todo tu corazĆ³n, alma y fuerzas, ya tu prĆ³jimo como a ti mismo. En esto estĆ” toda la ley y los profetas".

Las pruebas y los sufrimientos vendrƔn sobre nosotros, si buscamos guardar este Gran Mandamiento, pero vendrƔn sin buscarlos. No es necesario que los inventemos nosotros mismos, poniendo grava en nuestros zapatos y cenizas en nuestra comida, o forzƔndonos a ser un mal locutor de radio cuando podrƭamos ser un buen paisajista porque pensamos que Dios finalmente le agradarƔ (o al menos) pasemos por delante de Su ojo) si hacemos tantas cosas que odiamos como sea posible.

La autoacusaciĆ³n es tambiĆ©n una gran trampa para osos para los puritanos que se odian a sĆ­ mismos como tĆŗ. Estaba leyendo un artĆ­culo del Ć©lder Sophrony de Essex [2] la semana pasada. Alguien le estaba preguntando sobre los problemas psicolĆ³gicos y emocionales tan frecuentes en la vida occidental, y si sentĆ­a que la psiquiatrĆ­a secular ofrecĆ­a alguna ayuda. Dijo que, con la excepciĆ³n de los sĆ­ndromes directamente atribuibles al mal funcionamiento de la quĆ­mica cerebral, sentĆ­a que los psiquiatras a menudo hacen mĆ”s daƱo que bien al hacer que las personas se concentren demasiado en sĆ­ mismas y muy poco en Dios y su prĆ³jimo. Dijo que comienzan a concentrarse demasiado en el "problema designado", que a menudo no es el problema real de todos modos, y luego tratan de cambiarlo con mĆ”s autoanĆ”lisis e introspecciĆ³n, lo que solo nos hace presa de muchos tipos de ilusiĆ³n. En esta entrevista, realizada un par de aƱos antes de su reposo, el p.

"Sabes, escogemos y hurgamos, buscando cada pequeƱo error o pensamiento, y nos volvemos locos, todo para nada. Se convierte en una obsesiĆ³n, y realmente crea un muro entre nosotros y Dios, sin dejar espacio para que la gracia actĆŗe. . SĆ­, debemos conocer en general nuestros pecados, y que somos seres pecadores y engaƱados, pero nunca debemos perder de vista el hecho de que acudimos a Dios en oraciĆ³n, no para estar obsesionados con nuestros pecados, sino para encontrar Su misericordia. . De lo contrario el diablo nos quita todo ... alegrĆ­a, esperanza, paz, amor ... y no nos deja mĆ”s que esta obsesiĆ³n por nuestros errores. Eso no es arrepentimiento. Eso es neurosis ".

ĀæEl remedio? Una vez conocĆ­ a una mujer, una hija espiritual del Ć©lder Sophrony, una mujer casada de mediana edad con varios hijos, que fue repentinamente superada por una dolorosa enfermedad psicoespiritual: depresiĆ³n severa con pensamientos suicidas, que tomĆ³ la forma de manĆ­a religiosa. Estaba obsesionada con presentimientos de condenaciĆ³n y desesperaciĆ³n por el perdĆ³n; Hizo extensos catĆ”logos de sus pensamientos diarios mĆ”s minuciosos, por fugaces que fueran, etc. Desesperada, con su matrimonio casi terminado, fue a Essex y le suplicĆ³ al P. Sophrony en busca de ayuda. Le dijo que tirara todos sus cuadernos de pecados, que leyera el Evangelio de San Juan todos los dĆ­as durante un aƱo, que dijera la OraciĆ³n de JesĆŗs tanto como pudiera [3], que recibiera la Sagrada ComuniĆ³n con la mayor frecuencia posible, y volver a Essex durante algĆŗn tiempo cada aƱo, descansar y rezar allĆ­. Ella hizo lo que dijo y avanzĆ³ lentamente al principio; pero despuĆ©s de unos aƱos volviĆ³ a ser libre y completa.

Al principio me dijo que tenĆ­a que decir la oraciĆ³n en voz alta tanto como pudiera, porque en el momento en que se detuvo, comenzĆ³ a caer de nuevo en su "vieja mente loca", como ella la llamaba; pero poco a poco empezĆ³ a tener mĆ”s tiempo libre de sus miedos. El Evangelio de San Juan, despuĆ©s de muchas repeticiones, la obligĆ³ a ver que Dios es realmente un Dios de amor, que la cuida en un sentido personal. Esto se vio reforzado por su prĆ”ctica de la oraciĆ³n y sus visitas al P. Sophrony.

Con el transcurso del tiempo, demostrĆ³ tener un gran don de oraciĆ³n de intercesiĆ³n por los demĆ”s y pasĆ³ el resto de su vida, mientras sus hijos crecieron, viviendo una vida tranquila, "solo un ama de casa" segĆŗn todas las apariencias, pero pasando mucho tiempo cada dĆ­a en oraciĆ³n por los demĆ”s, una forma de caridad en la que se vio muy ayudada por la gran compasiĆ³n por los sufrimientos ajenos que le habĆ­a provocado su propio tormento.

Pediste sugerencias. Naturalmente, cualquier cosa que ofrezca estĆ” sujeta a la direcciĆ³n de su propio confesor, pero me vienen a la mente las siguientes sugerencias: Puede que su caso no sea tan extremo ... pero puede llegar a serlo. Le sugiero que comience a hacer un esfuerzo para cortar estos pensamientos acusadores oscuros diciendo la OraciĆ³n cuando surjan, y tambiĆ©n leyendo el Evangelio tanto como pueda. Puede que le resulte Ćŗtil simplemente preparar su confesiĆ³n a partir de un libro de oraciones por ahora, usando la lista de pecados en el libro de oraciones de Erie * u otro, pero use esto para prepararse solo el dĆ­a que vaya a la confesiĆ³n. No se permita preocuparse por ellos fuera del tiempo asignado de preparaciĆ³n para el Sacramento. Durante este perĆ­odo, no deberĆ­a necesitar mĆ”s de una hora, como mĆ”ximo, para prepararse para la confesiĆ³n.

Una vez que haya terminado, estarĆ” listo. Sin trampas. DespuĆ©s de ir a la confesiĆ³n, aleje con la OraciĆ³n de JesĆŗs todos los pensamientos que intentan recordarle los pecados confesados, o que le hagan pensar que todavĆ­a no estĆ” "realmente perdonado". No se desanime si regresan y no se enoje mĆ”s castigĆ”ndose por ello. Intente, tan pacĆ­ficamente como pueda, seguir diciendo la oraciĆ³n. TambiĆ©n puede encontrar ayuda diciendo varios nudos, o una cuerda, a la Madre de Dios. Ella es muy buena ayudĆ”ndonos a levantarnos cuando nos sentimos perdidos en lo mĆ”s profundo. Entonces, ore simplemente y simplemente ore. No se preocupe por el pasado inmutable. El tiempo de autoacusaciĆ³n debe limitarse a una vez por semana, o siempre que se prepare para la confesiĆ³n, por ahora.

No se preocupe si no se siente feliz los dƭas festivos u otros momentos en los que "deberƭa" sentirse feliz. La alegrƭa es un regalo, como la vida, la luz del sol, el aire, las flores y la comida. Viene y va, de acuerdo con sus propios ritmos y estaciones, y su presencia no significa que alguien sea santo, como tampoco su ausencia significa que alguien estƔ condenado. Para los principiantes en la vida espiritual, los sentimientos no son tan importantes como los actos y los hƔbitos.

Debemos construir los hĆ”bitos de oraciĆ³n y vida en Cristo, y dejar que los sentimientos sigan cuando (o si) pueden. Cuando ore, no se ponga nervioso al monitorearse constantemente, tratando de medir cuĆ”ntos segundos de compunciĆ³n logrĆ³ o si se sintiĆ³ 1.5 grados mĆ”s arrepentido que ayer. Simplemente diga la oraciĆ³n y mantenga su mente en las palabras de la oraciĆ³n. Cuanto mĆ”s nos escudriƱamos, menos prestamos atenciĆ³n a Dios. TambiĆ©n podrĆ­a tirar la cuerda de oraciĆ³n y pasar una hora mirĆ”ndose en el espejo. Si su mente divaga, no tome nota mental para acusarse de estar distraĆ­do de la 1:06 a la 1:09 del martes. Simplemente vuelva a poner suavemente su pensamiento en las palabras de la OraciĆ³n, y use las palabras como un ancla para tirar de usted de regreso al aquĆ­ y ahora si se aleja. Eso es suficiente.

Puede ser, como sospecha, que haya recopilado algunas ideas equivocadas sobre cĆ³mo vivir una vida espiritual ortodoxa, y que estas ideas equivocadas hayan influido en algunas de sus experiencias e influido en algunas de sus decisiones, especialmente las que tienen que ver con vida monĆ”stica. Bueno, los errores son solo errores: oportunidades de aprender mejores y diferentes formas de ser y hacer, no acusaciones de nuestro derecho a existir o nuestra esperanza de salvaciĆ³n. Den gracias al SeƱor porque en Su misericordia Ɖl estĆ” abriendo sus ojos para que vean estas cosas ahora, y piensen y actĆŗen sobre ellas con Su ayuda. Ahora es primavera en el mundo natural, y tambiĆ©n primavera para el alma. Tiene la oportunidad de hacer una pequeƱa limpieza de primavera en su casa natural y comenzar un verano de nuevo crecimiento con ventanas mĆ”s limpias en el mundo y habitaciones mĆ”s frescas y brillantes dentro de su corazĆ³n.

"Cometer una blasfemia incluso en la liturgia, porque parece que nunca te mejores".

Son ellos los que estĆ”n encerrados en su odio a Dios y al hombre, y los que blasfeman, llenos de rabia porque saben que nunca cambiarĆ”n, y nos odian porque podemos. En primer lugar, no es nuestra tarea juzgar si alguna vez estamos "mejorando". Eso es asunto del SeƱor, no nuestro, ni tampoco del diablo. En segundo lugar, eres un hijo amado del Dios viviente, que muriĆ³ y resucitĆ³ para que tĆŗ tambiĆ©n pudieras morir y resucitar, y vivir para siempre en gozo con Ɖl. El SeƱor que rompiĆ³ los barrotes de la muerte y desgarrĆ³ el abismo del infierno es muy capaz de llevarte sano y salvo al cielo, si te apartas del camino y lo dejas entrar ". Ni muerte, ni vida, ni Ć”ngeles, ni principados. Ni poderes, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura, podrĆ” separarnos del amor de Dios,

Estar de buen Ɣnimo. Le deseo lo mejor y espero tener noticias suyas nuevamente.

En Cristo,

METRO.

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